Iridiana Ostergaard
—Sal de ahí, inmediatamente.— Mi voz tembló hacía el final.— Puedo crear una distracción, si...
¿Por qué le había permitido ir? Estaba entrando en pánico, viendo por una de las cámaras del centro de seguridad cómo cinco hombres armados se dirigían a la habitación dónde estaba Magnus con un disparo en su pierna y tres cartuchos en el cargador.
Las posibilidades de que pudiera enfrentarlos y salir vivo eran casi tantas como las que tenía yo de llegar a tiempo hasta dónde él estaba: nulas.
La única salida que tenía era subir por el sistema de ventilación y que yo iniciara las alarmas contra incendios para ganar tiempo, pero antes de hacerlo, necesitaba que Magnus se moviera de la puerta dónde estaba agachado, por la oscuridad no sabía lo que estaba haciendo o cuanto sangraba.
—Magnus, sal. De. Ahí.— La orden sonó más violenta a través del auricular, mi voz volviendo a la normalidad al mismo tiempo que mis nervios, aunque mis ojos se sentían irritados y comenzaba a ver borroso por las lágrimas no derramadas.
—Tengo una idea. Si puedo...— Él comenzó.
— No, obedece.— Lo corté.— Vas a morir si no lo haces.
— Estoy seguro de que mi hermano estuvo en situaciones similares y no le hablaste as...
— ¡Pero no eres Erik! — Le grité a través del comunicador, perdiendo la paciencia.— ¡REGRESA CON UN DEMONIO, MAGNUS OSTERGAARD!
¿Cuál era el afán de los Ostergaard de decir incoherencias en situaciones críticas?, pero más importante, ¿Qué pasaba conmigo? Yo no gritaba así, no perdía los nervios de esta manera. Ciertamente nunca lo hice cuando supervisaba los ejercicios de Aren y aún menos con Erik, pero Magnus... Traté de calmarme, pero me parecía imposible. Mis ojos se fijaron en los monitores y el latigazo frío en mi espalda se extendió con una creciente sensación de fatalidad.
Puse mis manos sobre la superficie frente a mí, escondiendo mi expresión del resto del equipo de control que había volteado a verme, sorprendidos desde el momento en que comencé a gritar como una loca.
Magnus se rió.
— Lo haré.— Dijo.— Obedeceré con una condición.
—¿Cuál? — Pregunté mirando mi cabello frente a mis ojos, sirviendo cómo un aislante entre la mueca de miedo en mi rostro y la atención del equipo a mi alrededor.
— Cásate conmigo, Iridiana.
— ¿Qué? — Me llevé la mano al auricular por sí había escuchado bien.
— Di que vas a casarte conmigo o me quedo aquí hasta que mis nuevos amigos vengan a saludar.— Magnus dijo con un ligero tono pícaro en su tono. En esta situación... parpadeé, liberando las primeras lágrimas. Quería ahorcarlo personalmente.
Me dejé caer en la silla detrás de mí, sintiendo como mis piernas temblaban.
En ese momento, lo único que podía pensar era en que no podría aceptar la muerte de Magnus y que estaba más allá de cualquier pensamiento coherente que me haría rechazarlo si ponía su vida en medio.
— Si.— Dije, apenas un segundo después en un hilo de voz.— Pero sal de ahí, por favor...
***
Algo se quemaba.
Me levanté del sillón y puse la computadora portátil en la mesita de la sala, pateando el ligero cobertor hacía el piso y tropezando con él para correr hacía la cocina, dónde emergia humo del horno y maldije apagandolo y abriéndolo, retrocediendo por la nube de humo que salió impulsada fuera y contaminó el aire de la cocina.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomansaLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...