Signe Kirstersen
Me gustaba observar.
Los amaneceres eran muy bonitos, vistos desde un cristal, desde el interior de un lugar muy bonito y cálido.
Me gustaban las ventanas, porque crecí sin verlas.
La luz que se filtraba a través de los cristales limpios se proyectaba hacía el suelo de madera de la biblioteca, a través de ellos podía observar la verde vegetación de los árboles sin sentir el viento con el que se sacudían las ramas y en cambio permanecer en un lugar agradablemente fresco con modulación artificial de temperatura.
De pronto, un sonido de un objeto cayendo al suelo sonó con estruendo y me encogí sobre mi misma, buscando cubrir mi rostro y mi cuerpo. Comencé a temblar prácticamente por costumbre, sintiendo el miedo subir por mi garganta y atorarse ahí, impidiendome dejar salir ningún sonido, pero al pasar los segundos nadie vino a golpearme, así que terminé girando la cabeza y encontrándome con la imagen de una avergonzada sirvienta que evitaba verme, recogiendo los libros que se le habían caído del suelo.
Liberé mi agarré sobre mi misma y me incorporé, pretendiendo que no había pasado nada.
El silencio se extendía por la sala y mis manos temblorosas tomaron el libro sobre mi regazo y lo dejaron en la mesita.
Revisando mi reloj se acercaba la hora acordada para encontrarme con la reina viuda y el tercer príncipe.
Me puse de pie y ajusté mi vestido, verificando que no hubiera ningún error y luego comencé a caminar hacía el jardín.
Afuera el olor a flores de jardín era suave y armonioso con el color verde, blanco y rosa que predominaba entre los arbustos. El sol acarició mi piel, misma que había tomado más color en las últimas semanas y una nueva sensación de energía surgió en mi cuerpo.
Era un buen día, podía sentirme bien.
Al menos eso pensé hasta que llegué a la mesa que las sirvientas habían puesto debajo de la sombra y vi al príncipe Enoch sentando con su uniforme naval. El blanco cubriendo gran parte de él con algunas insignias en su pecho sobre el lado derecho que tenían el escudo de un curso del cual no tenía idea y sus tres años de servicio.
Él levantó una ceja rubia y sus labios formaron una expresión burlona.
— ¿Ha decidido venir a fingir su pureza, señorita Kistersen? — Preguntó echando un vistazo a mi vestido.— Lamento informarle que es una idea inútil.
Me incliné hacía él.
— Saludo a su alteza el tercer príncipe.— Dije y luego me senté en el otro lado de la mesa. Espalda recta, mirada al frente, mis piernas juntas y mis manos sobre mi regazo.
Enoch Ostergaard se burló y tomó un bocadillo frente a él, llevándoselo a los labios.
— ¿Sabe la reina el tipo de reputación que tienes? — Él preguntó de pronto y luego negó.— No, no debe saberlo o nunca habría permitido que entraras a la selección para ser futura reina.
Presioné mis labios, apretando el vestido entre mis dedos.
— Ah, ya están aquí.— La voz de la reina apareció cuando el príncipe pareció inclinado por iniciar de nuevo una conversación unilateral.
Me puse de pie, igual que el príncipe y ambos saludamos a la reina viuda que había aparecido usando una bonita falda color perla y una blusa azul de botones que le hacía ver elegante, pero también acentuaba su belleza.
Milenka Ahmad era una mujer muy hermosa, pero también tenía fuerza y una parte de mi sentía un ligero celo por la valentía con la que afrontaba la vida.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...