Especial: Era solo el más idiota de los Carswell.

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Ginevra Romano

—Cuando me dijiste que viniera contigo a una reunión y que solo duraría un par de horas, debí imaginar que sería bastante tiempo.— Dije agitando mis piernas en el aire de la cama de la habitación de invitados dónde dormía Mattia Leone, mi mejor amigo.

El hijo mayor del jefe de la mafia italiana estaba recién regresando del balcón después de hablar con su última novia en turno y parecía ya un poco molesto, por lo que su expresión solo se hundió más cuando me escuchó quejarme.

Me reí.

— ¿Problemas en el paraíso? — Pregunté bajando mis piernas sobre el colchón e incorporándome.— ¿No te creyó cuando le dijiste que pasaste la noche del viernes con tu hermano?

— Sobornó a los guardias de seguridad de cada antro en Roma para verificar mi paradero.— Mattia dijo sentándose a mi lado, pasándose la mano por su cabello y desordenandolo en el proceso. Me picaron los dedos por ordenarlo de nuevo, pero me abstuve de hacerlo.

Ya no me atrevía a tocarlo desde la última vez que lo hice en medio de una reunión familiar y su madre casi me casaba con él en ese instante.

Me dieron náuseas solo de recordar ese momento.

¿Yo casarme con Mattia Leone? Lo que quería era no saber nada de la mafia italiana por el resto de mi vida. Casarme con el próximo jefe solo arruinaría mi esperanza de vida y de paso mi felicidad.

Sobre todo teniendo en cuenta que Mattia Leone era incapaz de mantener una relación sería por más de dos semanas.

Quería mucho a Mattia, pero había un abismo enorme entre eso y querer ser la próxima reina de la mafia italiana.

¿No podría en cambio casarme con un príncipe?

Sonreí.

— ¿Ahora qué planes tiene esa cabeza tuya? — Mattia preguntó picando mi mejilla.— Hasta aquí puedo ver que es un hombre y no, no te acerques a Enoch Ostergaard por nada del mundo.

— ¿Por qué no? — Le pregunté, haciendo un puchero.

Mattia se rió.

—Entonces, ¿Estabas pensando en él? — Preguntó, apretando la zona debajo de mis costillas. Salté indignada.

Odiaba que hiciera eso.

— ¿Y eso qué te importa? — Me puse de pie y me dirigí a la puerta.

— ¿A dónde vas? — Mattia levantó la voz cuando tomé el pomo.

— A venderme al mejor postor.— Dije, levantando mi dedo medio hacía él y luego sonriendo cuando escuché su risa.

Caminé por los pasillos de alfombras azules y estampados de flores, amortiguando mis pasos y siguiendo el camino que había trazado hasta la oficina de Erik Ostergaard y dónde esperaba que estuviera su hermano si no haciendo nada, al menos calentando la silla para que pudiera convencerlo de que no había nadie mejor en todas sus posibles y absurdas fantasías de una mujer perfecta que yo.

En realidad no esperaba ningún compromiso a largo plazo, si no solo divertirme un poco y ampliar mis horizontes para en un futuro encontrar mi camino fuera de Italia.

¿Aspiraciones?

Solo las de no tener que vivir consumida por el miedo a mantener mi vida solo por ser hija de quien era y si era posible, desaparecer del mapa. Reconocía que era demasiado miedosa para tales puestos disponibles para mi hasta ahora.

Casi quise saltar de la emoción cuando estuve a tres pasillos de distancia. Di un giro a la derecha, dónde habían dos hombres cambiando una bombilla fundida de uno de los candelabros del centro y luego continué mi camino hacía la izquierda, seguí un poco más, pero me detuve al ver una puerta entreabierta y mi necesidad de enterarme de lo que pasaba me hizo detenerme cerca de ella e inclinarme.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora