Capítulo 32: Lo que comenzó con fuerza, cayó con sangre.

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El vestido seleccionado por Aren era rojo, largo hasta el suelo cubriendo hasta mis clavículas, liso con mangas largas que se dividían y caían hasta el largo del vestido, casi cayendo como dos pequeñas capas por mis hombros. Los aretes eran largos, pequeños círculos de rubíes pendiendo por gravedad de forma sucesiva por mi cuello y un pequeño cristal de collar que no llamara más atención al cuello de lo que el vestido ya hacía.

Mi cabello había sido recogido dejando algunos mechones ondulados adornar mi rostro y el maquillaje era más discreto. Me había gustado lo que vi en el espejo y por eso me sentía lo suficientemente confiada para confrontar la gala internacional del brazo de Aren.

Había estudiado con antelación cada rostro, cada relación política entre nuestro país y el resto de los que estarían en este lugar para no cometer ningún error.

El ambiente al entrar a la sala de San Jorge, una sala de sesenta y un metros de largo, dos punto cinco de ancho y diecisiete y medio metros de alto, una sala consagrada a la gloria militar rusa con techos cóncavos tallados con flores, los pilares blancos eran anchos y se encontraban separados por placas de mármol. En cada una de ella habían escritos de nombres en oro. La iluminación era dada por grandes candelabros dorados dispuestos en hilera, cuyas luces se reflejaban en los espejos antiguos y los vitrales coloridos, acariciando el lugar con una suave luz.

Las paredes recubiertas con mármol blanco y decoradas con molduras de oro eran muy similares a la sala de generales que Assim había levantado en la sala este de su palacio. Aunque los patrones en esencia eran diferentes.

El suelo brillaba con más mármol blanco y negro, en partes cubiertas por alfombras negras en detalles dorados. En el centro, bajo una grán cúpula pintada con frescos, se hallaba un escenario elevado preparado para la intervención directa del organizador del evento y el anfitrión, nada más y nada menos que el presidente Seergeva. Él todavía brillaba por su ausencia en la noche.

Mesas redondas, dispuestas simétricamente alrededor de la sala estaban vestidas con manteles de seda blanca y decoradas con centros de mesa, esculturas pequeñas hechas de hielo con distintivos de cada país invitado. La vajilla, los cubiertos y las copas de cristal parecían un agregado más a la decoración.

En un extremo de la sala se encontraba la Orquesta creando un ambiente sosegado en el principio de la noche con melodías tranquilas.

Hacía la derecha de la entrada principal había un acceso a la galería de los zares, dónde se exhibían retratos al óleo, un lugar para pasar el tiempo antes de que la ceremonia comenzara o también podría haberse planteado como una zona de relativo escape a las actividades de la noche, cualquiera que fuera la situación, parecía que el momento de las tensiones estaba cada vez más cercano.

— ¿Quieres entrar a echar un vistazo? — Preguntó Aren mirando hacía la galería de los zares. No respondí, pero aumenté la presión sobre su brazo como una afirmación y llevamos el camino hacía el momento de distracción temporal.

Las paredes a este punto habían cambiado para volverse damasco rojo, realzando los detalles dorados por la luz que daban los candelabros y cada pocos metros había nichos dónde se encontraban los retratos de los zares y zarinas al óleo. En el lugar pude reconocer al menos a tres diplomáticos, uno de Italia, uno de Grecia, ambos conversando juntos cercanos a la entrada y otro que observaba sin compañía me pareció reconocerlo como chino. Los saludos en este punto fueron superficiales, de reconocimiento.

Hacía el final, dónde ambos nos detuvimos estaba el primero con la inscripción de Iván IV Vasilievich. Miré su retrato con atención, siendo un hombre llevado a la imagen con profundos surcos en su expresión, una mirada que era la máxima representación del peligro, el sadismo encarnado y la falta de alma con una apariencia exterior que no disimulaba su naturaleza, usaba un manto dorado desgastado por el tiempo, en la tela había intrincados bordados y sobre sus manos un báculo y orbe con una cruz, representación de Dios en las manos del hombre, aquel que anteriormente se creía debía llevar la responsabilidad del hombre por manda divina.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora