Especial: ¿Y a quién planeabas ayudar amarrada como cerdo?

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Eleonor Carswell

Desperté sobresaltada, la rugosidad humedad de una toalla contra mi rostro se retiró de inmediato y mi mano se posó sobre la muñeca del causante de mi repentino despertar.

Mis ojos se encontraron con los de Alvize Diavolo y luego sobre sus labios que estando ligeramente abiertos por la brusquedad de mis movimientos, pasaron a formar una sonrisa alegre.

— Parece que ya estás despierta.— Dijo, alejándose y colocando la pequeña toalla en mi mano.— Continúa limpiando tu rostro, hace calor y el sudor será incómodo de lidiar si se acumula.

—Gracias.— Dije con voz ronca y pasé la toalla por mi cara. Estaba fresco y era agradable.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó Dante llegando con un varios palos de madera y soltandolos sobre la tierra.— Quiero pensar que Edward Carswell te dio su permiso para estar aquí, ¿O me equivoco?

Ambos sabíamos que se equivocaba, pero solo estaba preguntando para provocar y molestar.

— Es una isla peligrosa.— Dije.— Mientras más ayuda puedan obtener, aumentan las probabilidades de que mis primos puedan volver a salvo.

— ¿Y a quién planeabas ayudar amarrada como cerdo? — Dante preguntó con un tono cargado de sarcasmo.

Fruncí el ceño.

— ¿Tiene algún problema con mi presencia, señor Diavolo? Por que si es así me gustaría que me lo dijera libremente y no esté ladrando criticas sin sentido sin un mayor objetivo que hacerme sentir avergonzada.— Le dije con violencia. No me dejaría intimidar, ni que me señalaran mis errores como si fuera una niña a la que debía disciplinarse. Ya había aprendido bastante de mi reciente experiencia como para tener al gemelo mayor molestandome con sus palabras.

Dante Diavolo presionó su mandíbula y me juzgó con sus iris color chocolate, su mirada claramente era difícil de llevar, pero aún así no despegué mi atención de él. No retrocedería por más que me pusiera nerviosa por todas las posibilidades en las que sabía él podía reducirme. Era más fuerte y más rápido que yo, pero en nuestras circunstancias no podía hacer mucho y de eso me valí para seguir con mi confianza inquebrantable.

— Bien, bien.— Alvize dijo juntando sus manos con un sonido de aplauso que nos interrumpiera de la batalla de miradas y también se puso frente a nosotros.— ¿Tienen hambre? Por que creo recordar que me encontré en el camino con un delicioso faisán y contrario a lo que mi hermano creía, pude derribarlo sin necesidad de dispararle. Así que, cariño.— Me miró.— ¿Me podrías ayudar a encender la fogata?

— Claro.— Miré la expresión abierta de Alvize y cedí de inmediato, dejando la discusión para después y dirigiéndome a recoger la madera que el mayor de los gemelos había soltado en el suelo.

Me puse sobre mis cuclillas y acomodé las ramas y la hierba seca para que pudiera encenderse con facilidad, después saqué el encendedor de mi bolsillo e inicie el fuego, escuchando el ligero crepitar de las llamas débiles que primero se extendieron por lo que podía arder más fácil y luego siguieron a las ramas más gruesas hacía arriba.

— Y bien...— Dijo Alvize, sentándose a mi lado cuando estabilicé la fogata.— ¿Cómo terminaste en esa situación?

— Maxim Kozlov.— Gruñí.— Magnus y Viveke Ostergaard me pidieron que nos uniéramos a la búsqueda porque querían rescatar a sus hermanos. Magnus consiguió el transporte con Kenzo Ito, pero a último momento se unió Kozlov. Al final cuando descendimos a la isla Magnus no saltó y nos quedamos solas con el ruso.— Ladeé mi cabeza hacía el fuego con mayor molestía, recordando lo que aconteció después.— No sé cómo le hizo para tener a sus aliados en este lugar y robarse a Viveke, además de dejarme varada a la espera de mi muerte.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora