Especial: Me estás asustando.

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Viveke Leodac

¿Por qué no venía?

¿Me había dejado aquí olvidándose de mí?

Me encogí un poco más sobre mi misma y las cadenas que me sujetaban a su cama se arrastraron por las sábanas ante mi movimiento en posición fetal. Esta vez no estaba desnuda, un ligero camisón cubría mi cuerpo, pero no tenía nada más debajo y la manera en la que en los últimos días él no había venido me había hecho picar esa zona tan vergonzosa, pero no podía llevar mi dedos ahí porque era algo que una dama no debería hacer y también porque no lo tenía permitido.

Miré a la nada con la mejilla aplastada contra el colchón y las ganas de llorar volvieron. No las detuve. Me sentí miserable.

La puerta se abrió y de inmediato me incorporé poniéndome sobre mis rodillas, mantuve la cabeza abajo y las palmas sobre mis muslos apuntando hacía arriba.

Maxim traía una fusta consigo y con el mango me hizo levantar la cabeza hacía él.Las lágrimas continuaron cayendo de mis ojos mientras le sostenían la mirada a sus iris azules.

— ¿Me extrañaste, moya pritsessa? — Él preguntó con un tono lánguido.

La Viveke que odiaba todo esto ya no podía sostener su cabeza erguida ante el hombre frente a mí, había perdido la batalla de resistencia y se había escondido en el fondo de mi mente, incapaz de seguir manteniendo la cordura a merced de Maxim Kozlov.

Tras castigo y cuidado, castigo y cuidado, castigo y cuidado, uno y otro, uno y otro, uno y otro, el hilo que me mantenía completa se tensó y luego se rompió, haciéndome comprender una sola cosa: si no me rendía, perdería lo último que me quedaba de mi misma.

Si no me rendía, un día tomaría el arma de su cintura y me dispararía a mi, sumida en la desesperación y quería vivir, quería vivir para encontrar una manera de escapar un día, pero para eso necesitaba que bajara la guardia y yo también... ya no podía seguir sacando fuerzas de dónde ya no tenía.

Bajé mi barbilla y besé el mango de la fusta, manteniendo mis ojos llenos de miedo, pero también sumisos ante él.

— Si, amo. Lo extrañé.— Dije con un tono suave.— Por favor, no me vuelva a dejar.Las lágrimas que cayeron fueron reales y lo más terrible de todo, lo que más asco me dio sobre mi misma fue que las palabras que salieron de mis labios, tampoco eran mentira.

***

Lo último que recordaba era haberme ido a dormir después de haber tomado el vuelo a Rusia. Roderic había dicho que bajaría a tomar un trago al bar del hotel y me había invitado, pero le había dicho que tenía sueño y que me quedaría en la habitación.

Entonces no entendía porque al abrir los ojos las sábanas blancas se habían vuelto azules y sentía algo pesado contra mis tobillos y mis muñecas.

Me incorporé con un ligero comienzo de dolor en el puente de la nariz, mismo que comenzó a extenderse hasta mi frente y luego toda mi cabeza.

La habitación estaba en penumbra y a través de las ventanas podía ver la luna llena levantarse orgullosa, las cortinas eran grises y hasta la arquitectura de la vista hacía el exterior era diferente.

Tenía frío.

Me abracé a mi misma y traté de enfocar algo que me pareciera familiar en la habitación, pero no podía. Había dos mesitas a cada costado de la cama, un tocador, un banco frente al espejo y dos puertas de madera oscura.

Bajé la mirada hacía mis muñecas, dónde parecía tener dos brazaletes metálicos en cada uno de ellos y más caudal, en mis tobillos también tenían los mismos dispositivos que tenían una delgada luz verde en ellos.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora