Especial: ¿Sigues considerandolo traición?

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Aren Ostergaard

Su cabello estaba goteando sobre su espalda. Mis ojos siguieron cada gota desde su último agarre sobre las hebras oscuras de su cabellera y luego hasta donde morían al impactar con su ropa o con el suelo. Una en particular se deslizó por su cuello y luego bajó hasta perderse dentro de su ropa.

No podía desviar la mirada de su cuello y mis manos picaban, pero no sabía si era porque quería ahorcarla o sujetarla.

Había mencionado guiarla, pero ella decidió tomar la iniciativa y adelantarse como si ya conociera el camino, aunque no tenía idea. Alta, erguida y orgullosa, negándose a verme o a abrir los labios sin ofenderme, pero momentos antes tenía sus manos sobre mi hermano menor y lo veía con suavidad, con anhelo...

Mis labios se elevaron con molestia y luego bajaron.

—A la derecha.— Dije y ella giró, usando el bastón improvisado que había hecho para ella de apoyo.

Seguí el camino hasta el refugio y luego la miré inclinarse hacía la mochila dejando el palo a un costado de ella y abriendola para buscar la lona dentro, sus manos estaban ocupadas y su atención dispersa en las actividades que planeaba realizar. Su cabello se movió, descubriendo su cuello delgado y cubierto de agua, brillando en la superficie y vulnerable.

La odiaba.

Odiaba a Milenka casi tanto como alguna vez la amé.

Entorné mis ojos y retrocedí. No me molesté en anunciar mi retirada, solo me di la vuelta y volví todo el camino hasta dónde estaba el río.

Erik ya no estaba en contra del árbol, recargado. Estaba dentro del río, lavando su cuerpo con el agua golpeando y siguiendo su camino alrededor de su abdomen medio. La profundidad no era tanta como había pensado en primera instancia.

Le lancé una rápida mirada y después me acerqué al árbol contrario, buscando un lugar dónde colocar mi ropa cuando tomara un baño, pero me detuve al ver un pedazo de tela negra con un moño en el centro que estaba destilando sobre una de las ramas. Me quedé de cara frente a la ropa interior de Milenka, con los ojos fijos en el encaje de sus bragas como si estuviera hipnotizado.

— ¿Te gustan? — La voz de mi hermano desde su posición viajó con cierto aburrimiento hasta mis oídos. Tragué molesto y caminé hacía otro árbol, cruzándome de brazos.

— ¿Te parece divertido? — Pregunté entonces, levantando la mirada hacía Erik y notando con cierta incomodidad las cicatrices en su cuerpo. Mismas que ya no se molestaba en ocultar desde que decidió quedarse con todo lo que alguna vez fue mío.

— Estaba pensando en nuestro padre.— Dijo, sin responder mi pregunta.

—¿Y eso a mí qué me importa? — Cuestioné de vuelta. Tomé el cuchillo largo sobre mi pierna y jugué con él en mi mano, pasando los dedos por los extremos sin cortarme y comprobando el filo.

—¿Fue difícil? — Erik preguntó.— ¿Cambiar todo lo que conocías por el sistema rígido del palacio? Yo nací ahí. No necesité acostumbrarme a nada porque fue todo lo que significó mi vida, pero, ¿Qué hay de ti?

Fruncí el ceño.

¿Por qué me preguntaba esto?

¿Por qué le importaba?

Cuando nací, la guerra civil estalló en el país y mi madre volvió al suyo para protegerse. La situación no se controló hasta que yo tenía aproximadamente cuatro años. No tenía tantos recuerdos, solo que me sentía inusualmente feliz antes de que Klaus Ostergaard apareciera de nuevo en su vida.

Entonces llegaron las reglas, las órdenes y los deberes.

Cuando nació Erik tenía miedo de que la atención de mi madre fuera alejada todavía más de mi y estuve enojado por un tiempo con él, pero mi madre volvió a embarazarse de Enoch y mi odio tuvo que disiparse porque ya era inevitable el hecho de no ser el único, además de que mis hermanos menores se habían convertido en una responsabilidad.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora