Especial: He venido a petición de su padre.

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Iridiana Ostergaard

— ¿Por qué no me sorprende encontrarte así? — La pregunta que salió de mis labios también dio inicio a la luz en el lugar.

Lo primero que vi cuando la luz se hizo presente sobre la azotea fue el cabello de Erik, su postura recta y llena de confianza al borde, dónde había una posibilidad real de cometer un error y terminar perdiendo el equilibrio para caer del otro lado, no parecía un problema para él.

Pocas cosas eran un problema para él.

Erik balanceaba un cuchillo en su mano, la hoja se desplazaba por sus dedos sin producir algún corte, solo moviéndose de ida y de regreso.

Llegué hasta él y me senté a un costado suyo.

Él levantó sus ojos verdes hacía mi y luego detuvo sus dedos sobre el filo del cuchillo. La claridad en ellos me dejó un momento quieta y desconectada de mis pensamientos, hasta que escuché su voz, suave, controlada y ligeramente letárgica.

— Ten.— Dijo, extendiendo el cuchillo hacía mi.— Estuve pensando seriamente en que debería regalarte en tu cumpleaños, pero al final terminé pidiendo que diseñaran esto.

Tomé el mango y luego lo dejé reposar en mis dedos. El peso se distribuía lo suficiente para mantenerse equilibrado. La hoja era negra y tenía una línea roja sobre el filo, quedando perfecto con el resto en mi colección.

Sonreí.

— ¿Esperabas algo más femenino? — Pregunté a sus consideraciones internas.— Gracias.

Erik inclinó la cabeza hacía mi.

— Pensé en un vestido, pero...— Terminó sonriendo, sus labios mostrando una parte de sus dientes blancos en una expresión más abierta.— Al final decidí que era una tontería.

— No te veo eligiendolo.— Sonreí a cambio y levanté el cuchillo.— Esto es perfecto, me gusta.

Él no respondió, en cambio, pasó su atención al suelo, varios metros hacía abajo, dónde los automóviles se movían en las calles, las luces mantenían la ciudad viva por la noche, entre la oscuridad y las incontables vidas que representaban su país.

El viento barrió con los mechones de su cabello y lo suspendieron en el aire desde su frente. Su ceño se frunció ligeramente y su expresión volvió a ser oscura.

— Erik.— Me pasé la lengua por mis labios secos, manteniendo mi atención en la herida en su mejilla y el tono morado que había tomado, magulladura provocada por Klaus después de enterarse de su relación con Milenka.— ¿Nunca le temiste a tu padre?

Cualquier hijo podría sentir al menos nerviosismo después de provocar al rey con tal noticia, sobre todo considerando el temperamento de Klaus, quien viéndolo de lejos, era bastante intimidante, pero Erik se veía muy relajado, incluso después de ser golpeado y desheredado.

— Hasta cierto punto lo hice.— Erik asintió.— Cuando tenía que enfrentarlo contaba del cien al uno y luego de regreso para distraer mi cabeza del miedo. Después de darme cuenta de que existían monstruos peores que él, fue mucho más fácil mirarlo a la cara.

— ¿Monstruos peores que él? — Pregunté intrigada.

— Al menos mi padre es frontal, es fácil saber lo que piensa, por más que mantenga una expresión limpia.— Erik dijo.— Hay peores individuos que se esconden detrás de una sonrisa, que pasan desapercibidos mientras sus sombras lo sostienen todo y lo mueven todo a su conveniencia. Lo impredecible que es y la tensión que produce no saber exactamente cuál será su próximo movimiento eran un estrés mucho mayor que las respuestas siempre prevenibles de Klaus Ostergaard. Me hice inmune a mi padre para temerle a alguien mucho peor.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora