Especial: La musa de mi vida.

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Magnus Ostergaard

Había dolor.

Había sangre.

Y la cordura no aparecía.

Me agazapé aún más en la esquina de mi habitación. La oscuridad de la noche se cernía sobre el lugar. No podía ver nada, no podía oler porque mi nariz estaba congestionada por los mocos, mismos que escurrian hasta mi boca y luego por mi barbilla.

Temblaba como un animal en la nieve sin nada de protección, como si quisiera que la carne de mis huesos se despegara con la vibración continua hasta que dejara de sostenerme, hasta volverme pedazos en el suelo.

Erik estaba muerto.

Mi hermano mayor, todo a lo que alguna vez me aferré en la vida había muerto.

Me llevé los dedos a la boca, preso de un nuevo ataque de pánico, pero ya no había más uñas que morder. Me las había arrancado y por eso pulsaban mis dedos, por eso el dolor físico era equiparable al de perder a Erik.

Erik... Golpeé mi cabeza contra la pared.

Erik... Llevé de nuevo mi cabeza hacía atrás.

Erik... De nuevo...

Erik... De nuevo...

Erik... De nuevo...

De nuevo...

De nuevo...

De nuevo...

Grité.

Grité y grité tratando de arrancarme la piel, pero no podía. No porque ya no tenía uñas y solo podía dejar que la sangre se acumulara en mi cara con cada ocasión en que trataba de jalar.

Me quedé sin voz, me quedé sin fuerza, me quedé solo.

En la oscuridad, sin mi hermano mayor... dejé que me consumiera.

***

Me dolía la cabeza. Sentía una presión continua en mi frente, como si trataran de aplastarme el cráneo con una placa.

Eso me hacía irritar.

— Vaya, vaya...— Kenzo Itō dijo, apareciendo en mi campo de visión y haciéndome sentir todavía más molesto.— Miren a quién tenemos aquí.

Lo miré por debajo de mis pestañas. Estando sentado no me apetecía ponerme de pie para recibirlo y no lo hice. Girando el vaso de alcohol en mi mano sin intenciones de beber desde que lo pusieron sus hombres a mi alcance y luego lo puse con calma en la mesa frente a mí. La mesa con el dragón que se adecuaba a sus ideas narcisistas.

Su oficina no era diferente que hacía unos meses, pero al menos esta vez no tuve el desfortunio de encontrandomelo follandose a una puta.

Kenzo no defraudaba en su manera de vestir, presentandose ante mí con un pantalón negro a rayas delgadas y una camisa plateada que parecía sacada de una tienda de subastas en la calle. Eso y la cadena de oro en su cuello que terminaba de gritar "vulgar" en todas partes. Parecía un chiste que fuera hijo de su padre.

Pensándolo bien, solo por eso no lo mataría.

— ¿No hablas? — Kenzo dijo, sentándose frente a mi.— ¿Te comió la lengua el ratón? ¿O la perdiste después de enterrar a tu hermano?

Elevé la comisura de mis labios por un segundo, mirando la punta de su zapato sobresalir, la planta sucia sobre el borde del mueble.

Saqué una tarjeta dorada con una araña de seis ojos en medio y la puse sobre la mesa. Era la tarjeta de mi hermano como mercenario, aquella que solo Sicarius Hahni podía llevar encima.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora