Capítulo 8: Portate bien.

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— ¿Cómo se siente ahí? — Su voz me hizo cosquillas en el oído derecho, su aliento acariciando la parte posterior de mi pabellón auricular, alborotando una hebra de cabello que rozó mi piel a causa suya.

Abrí mis labios y luego pasé mi lengua por ellos, sintiéndonos resecos.

— Bien.— Dije con voz baja. Mis muñecas estaban siendo sujetadas por listones. Eran suaves y se sentían como la seda contra mi piel, lo suficiente para que mis miedos más profundos se mantuvieran bajo control, para que la excitación se sobrepusiera por encima de otras sensaciones desagradables.

Sus manos estaban cubiertas por la tela de sus guantes como siempre y él, de nuevo, no hacía ningún intento por ir más allá. Esa sensación de imposibilidad era cada vez más desesperante y anulaba cualquier otra cosa en mi cabeza.

Entrega.

Confianza.

Miedo.

— ¿Tienes miedo? — Él sujetó mis muñecas, presionando con ligereza sobre mi piel.

Si.

Temía la vulnerabilidad.

Temía que pudieran hacerme daño.

Temía la muerte.

Pero... moderé mi respiración. Respiré profundo y solté el aire lo más bajo que pude, sin delatarme, sin alertarlo para que se detuviera.

—No.— Respondí.

Su mano se colocó en mi cuello. Su pulgar sobre la línea de mi mandíbula y el resto de sus cuatro dedos abarcando toda la media extensión cilíndrica de mi cuello. Él hizo presión, la suficiente para que sintiera que mi vía aérea podía ser comprometida, su otra mano jaló las ataduras de mis muñecas y mi cabeza pegó contra su pecho, contra sus clavículas.

—¿Miedo? — Repitió contra mi oído.— Puedo matarte si quisiera, Andras. Puedo ahorcarte ahora y no soltar hasta que tus pulmones se marchiten por la falta de oxígeno. Piensa bien en tu respuesta y esta vez no mientas, ¿Tienes miedo?

Tragué, inhalando su aroma fresco, sintiendo como su pecho se elevaba y bajaba de manera rítmica cada tres segundos. Sintiendo la fuerza y el control de sus manos sobre mi cuerpo, siendo consciente de la posición en la que estaba, de cada parte de él que se rozaba conmigo.

—Sí.— Respondí.

—Bien, ya nos estamos entendiendo.— Él dijo.— Esta sensación, este miedo, ¿Qué te hace sentir? ¿Quieres que me detenga? ¿Quieres irte?

Me recargue contra él.

Estaba cediendo.

Estaba dándole el permiso y la autoridad sobre mi. Estaba yendo por encima de mi miedo, el mismo que me hacía comenzar a sudar por mi voluntad de entregarme a él. Abrí mis labios y temblé contra él. Sin haberlo visto, sin saber su nombre real, pero dependiendo de su voz para poder continuar o derrumbarme.

—No.— Dije.

—Bien hecho.— Me liberó, soltando el nudo de la tela de mis muñecas y luego besando mi cabeza.— En tu primera vez pudiste soportar tres minutos. La próxima vez serán cinco, diez y después quince...— Él quiso retirarse, pero yo me di la vuelta lo más rápido que pude y lo tomé de lo que alcancé y por la textura entre mis dedos, llegué a la conclusión de que era su camisa.

— No te alejes.— Pedí precipitadamente, mis manos todavía temblando.— Por favor.— Mi voz salía en un hilo.

¿Por qué necesitaba qué él me consolara después de haber sido quien me sometió y me ató? ¿Por qué mi cuerpo lo necesitaba tanto a pesar de qué mi cabeza estaba teniendo un severo problema con la idea de peligro y seguridad?

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora