Capítulo 34: ¡A los establos! ¡A revolcarse!

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Solté un pesado suspiro por el cansancio y el comienzo de una molestia persistente en mis ojos. Tomé el bastón que descansaba a un costado en el escritorio y luego me puse de pie para estirar las piernas.

Aasiya levantó su cabeza al escucharme moverme y luego la bajó de nuevo hacía su tarea cuando vio que no estaba haciendo nada más interesante que comenzar a caminar por la oficina.

— ¿Qué haces? — Le pregunté deteniéndome a un costado suyo.

— Leo un cuento.— Ella dijo.— Debo hacer un resumen de él.

— ¿Y sobre qué es el cuento? — Le pregunté.

— Pincel de vaso.— Ella dijo.— La historia de un pincel que no quería estar en el vaso y quería mantenerse siempre al lado de la paleta de colores.

— Es... interesante.— Dije, sin encontrar otro adjetivo ante la extraña historia.

— Es tonto.— Aasiya dijo.— Trata de decir que cada quién debe estar en el lugar en el que le corresponde, por eso es tonto, mamá. Si un adulto espera que nosotros conozcamos nuestro lugar y lo que debemos hacer, ¿Por qué usar esto? — Miró con resentimiento el libro.— Solo me hacen perder el tiempo, tinta y hojas.

Sonreí disimuladamente por su creciente irritación. Me alegraba que lo dijera y no lo mantuviera para ella.

Aasiya odiaba que la hicieran hacer trabajos a los que no les encontraba sentido, un pequeño insulto a su inteligencia era el comienzo de un resentimiento.

—Tu lo entiendes, Aasiya, pero, ¿El resto en tu grado lo harán? — Me senté sobre la mesita sin poder doblarme mucho por el dolor en mis piernas.— A veces es bueno retroceder un poco junto con los demás y tomar las cosas con calma.

Ella hizo un puchero y después suspiró tomando la pluma de nuevo.

— Solo tengo que hacerlo.— Dijo en tono bajo, casi como para sí misma.— Con suerte la esposa del señor Bellmont un día irá a visitarlo de sorpresa en las horas del almuerzo.

— ¿Por qué? — Ladeé la cabeza y Aasiya negó.

—Nada, mamá.— Dijo, concentrándose de nuevo en el texto. La miré agudamente por varios segundos, pero ella no se amilanó y siguió en lo suyo. Me puse de pie tomando mi teléfono celular y me acerqué a la ventana de mi oficina.

Me recargue cerca con mis hombros sobre el marco a medio mirar los cristales que daban vista al jardín y le mandé un mensaje a mi secretaria para que investigara al señor Bellmont, especialmente en sus horas de almuerzo y cuando ella me contestó de regreso apagué la pantalla y estuve dispuesta a moverme, pero me detuve al ver el cabello rubio de Aren Ostergaard aparecer, seguido de un tono cobrizo que conocía bastante bien.

Diavinia Ass.

Ambos caminaban uno al lado del otro con ella sosteniéndose de su antebrazo. Era una postura muy íntima y cercana.

Aren en los últimos tres días había despedido a cuatro señoritas, quedando cinco y a pesar de mis protestas, aún así las echó. Esta vez era el día de su cita con Diavinia y parecía que las cosas iban bien. Ella llevaba un vestido color azul cielo y este golpeaba en sus piernas cuando el viento le daba. Aren usaba ropa de montar, su pantalón blanco y el saco azul marino que abrazaba su pecho.

Podría ser ella la indicada.

Yo la había seleccionado para ello, pero aún así algo me hacía apretar un poco los dientes cuando ambos se sentaron y pude verlos reír. Debía ser muy divertido porque Aren dijo algo más y ella se rió más fuerte, llevando sus manos a su regazo y sujetando su abdomen por la constante risa.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora