El sol estaba levantándose por el cielo, muy pronto al amanecer bañando con sus rayos todo lo que estuviera a su alcance y yo misma era una parte de toda su extensión, sintiendo como la calidez de la mañana se estacionaba en mi brazos desnudos.
Levanté mi mano hacía el sombrero blanco que llevaba sobre mi cabello recogido y lo acomodé para cubrir mejor mis ojos hacía la vista de la zona de despegue y aterrizaje del avión privado de la familia real de Dimark.
Arrugué la nariz por el polvo que se elevó al pasar una rafaga de viento y bajé la mirada hacía mi falda que se agitó contra mis rodillas y di un par de pasos, resonando los tacones en el asfalto del suelo para luego dar la vuelta cuando mi equipo de seguridad se colocó frente a mí y me encontré con la vista de mi esposo teniendo una conversación con el capitán al mando del vuelo.
El hombre de unos cuarenta años de cabello griseaceo y algunas entradas prominentes en su frente estaba rígido y cuadraba los hombros asintiendo y respondiendo a las palabras de Erik con seriedad, lo que me ofrecía una vista muy solemne a su figura en un uniforme de la marina que era completamente blanco con sus correspondientes insignias y sus zapatos de charol negro que brillaban por el sol desde la distancia.
Ese día su cabello estaba recogido en una trenza y un listón blanco y corto pendía de la liga que lo mantenía sujeto. Todavía no podía creer que se lo dejara crecer solo porque le dije una vez que así era como imaginaba a los piratas apuestos de las novelas que leía y que me gustaba ese estilo entre rebelde y antiguo.
En realidad le quedaba bien, demasiado bien. No por nada las revistas mundiales le habían puesto el título del rey más apuesto del mundo.
Comencé mi camino hacía él, pero me detuve a tres pasos cuando escuché el rugir de un motor que llevaba un deportivo negro. Se detuvo a pocos pies del avión haciendo una peligrosa maniobra y del mismo emergió un zapato negro deportivo que usaría un adolescente, seguido de pantalones de cuerno negros y una camisa estampada con lo que parecía un anime japones, cabello rubio rebelde apenas llevado hacía atrás por lentes de sol y ojeras debajo de los iris verdes que en algún momento de mi vida pensé eran bonitos.
Abrí los labios y luego los cerré con disgusto cuando Aren Ostergard se dirigió hacía su hermano, pero antes de que llegara, no pude evitar soltar lo que apareció en mi cabeza en cuanto lo vi.
—¿Qué haces aquí? —Golpeé el bastón en el piso y mi voz sonó claramente hostil, porque si más no recordaba, el príncipe real iría en otro avión hasta norteamérica.
—Yo lo llamé.— Erik dijo, acercándose y luego colocando una mano en el hombro de Aren.— Tengo algo que hablar contigo.
—¿Eres nuestro padre? Deja de hablar como él. — Aren preguntó con voz burlona, sacudiendo la mano de su hermano menor de su hombro.— Basta con tu mierda, tengo dolor de cabeza.
Aren caminó directamente hacía las escaleras del avión y subió sin responderme, ni molestarse en girar su cabeza.
Resoplé.
—Apesta a alcohol.— Dije.
Erik sonrió.
— Fue una decisión que tomé de última hora por cuestiones de seguridad.— Erik tomó mi mano y la besó, mirándome por encima de ellas con sus ojos verdes de manera encantadora.— Por favor, será solo por unas cuantas horas.
No podía cuando hacía eso.
Desvié la mirada.
—Mmm.— Dije, al menos aparentando todavía estar un poco en contra, pero cuando Erik me atrajo a sus brazos y me rodeó con ellos para repetir las palabras "por favor" al menos tres veces más, me volví una masa y terminé riendo.— Si, si, ya, está bien.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...