Capítulo 14: Tu padre ha venido a salvarnos.

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La fiebre no bajaba.

Quité la tela de su frente, la exprimí en un cuenco que había encontrado por el suelo y luego volví a mojarla para colocarla de nuevo en él.

Aren estaba sudando mucho y apenas había conseguido que tomara agua, la suficiente para que no muriera deshidratado, pero ya no sabía qué más hacer. Me había quedado sin agua y no tenía nada para alimentarnos, además de que la fiebre simplemente no bajaba por más que quisiera quitarla.

Él se removió inquieto, dejando inestable el pedazo de tela de su frente y yo no pude más que detenerlo para que no complicara más mi trabajo.

—No te muevas.— Le pedí, pero Aren siguió luchando, frunciendo el ceño. Tomó mi mano que estaba sujetando la tela y se acomodó de lado, aferrándose a mí.

—No te vayas.— Pidió en tono bajo.— No te vayas, por favor. Por favor...— Su voz era ronca.— Por favor, Milenka.

Suspiré y me quedé quieta.

— Aunque quisiera, no puedo.— Dije. Las únicas veces que intenté salir en busca de más agua o de comida, no llegué muy lejos por el dolor en mi abdomen bajo y tuve que regresar a gatas de regreso. Al revisarme comprobé que había manchas pequeñas de sangre en mi ropa interior.

Me había quedado más que claro que estaba muy cerca de un aborto y no poder moverme era solo una complicación más a esta situación. Aren enfermo y yo inmóvil... no había manera en que pudiéramos sobrevivir por mucho. De momento solo podía concentrarme en bajar su fiebre, porque otra cosa era imposible.

Cambié un par de veces más la tela y miré su rostro perlado de sudor. Los vellos de su rostro eran más marcados y ahora parecía mayor, más allá de sus veintiocho años, sus mejillas estaban rojas y sus pestañas temblaban de vez en cuando al agitarse entre sueños.

Probablemente alucinaba.

Pasé las manos por su cabello, moviendolo de su rostro. Era suave como el de Erik, pero el suyo se ondulaba más.

—Nunca te voy a entender, Aren Ostergaard.— Murmuré.— Ni a ti, ni a tus decisiones. Dime, ¿Por qué todo te sale mal? Eres un completo desastre.

Aren siguió aferrándose a mi mano, respirando por sus labios entreabiertos, inconsciente a mis palabras.

No era muy diferente a él.

—Me haces enojar.— Me incliné hacía él.— Y no te soporto. Nunca lo hice, no desde la primera vez que te vi y apareciste con esa odiosa sonrisa de felicidad en tus labios, esa que decía que nunca pasaste por dificultades, que para ti el sufrimiento era algo que nunca viviste, ni vivirías, un maldito sol que encandila a los demás. Tus privilegios nunca te dejaron ver más allá de nada y eso siempre me enfureció de ti.

Me pasé la lengua por mis labios agrietados y continué.

—Si no fuera por ti Erik no habría tenido que asumir tu lugar, tu posición y todo lo que esa carga representa. Ambos estaríamos alejados de todo el maldito poder, disfrutando de una vida tranquila en la que solo somos nosotros. No como reyes, pero... ¿Por qué tienes que ser siempre tan egoísta? — Mi voz se quebró.— Por tu culpa vamos a morir aquí y yo no voy a volver a verlo. Así que haznos un favor a los dos y despierta de una maldita vez, ponte de pie y haz algo, Aren Ostergaard.

Aren siguió con la misma expresión, completamente ajeno a todo. Ahogué un sollozo y volví a mojar la tela para ponerla en su frente. Cuando se calentó de nuevo la retiré y la sumergí en el agua, pero me detuve en seco cuando escuché una rama romperse.

Había alguien o algo afuera.

Temblé y recogí el arma larga de Aren. Me di la vuelta hacía la puerta que estaba emparejada, pero que no ofrecía ninguna otra protección y apunté directamente al centro. Los pasos se acercaron, eran casi imperceptibles, pero mi cuerpo estaba al borde de los nervios y eso hacía que mis sentidos se intensificaran.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora