Especial: No te pedí perdón.

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Viveke Leodac

Estuve durante el resto del día viendo el arma frente a mi en mi cama, la veía cómo si se fuera a levantar y atacarme, cómo a un enemigo, cuando en realidad podía ser mi boleto a la venganza.

La venganza por lo que Maxim Kozlov me había hecho, por el dolor y por la humillación que sufrí en el tiempo en el que fui su esclava, por la manera en la que me rompió y me pegó de nuevo pieza por pieza a su manera, por volverme temerosa...

Temerosa, eso era algo que ya era.

Miedo a las personas, miedo al exterior y a ser juzgada por cada cosa que hiciera, porque era una figura pública, una princesa que no se podía permitir el mínimo error en cada ocasión y también una ilusa que fue protegida tanto que no esperaba nada más que depender de su padre, sus hermanos y después de Mikhail, quién en realidad también tenía parte de la culpa en ello, complaciendo cada pedido y protegiendome todo el tiempo de la realidad que tenía encima. Si me hubiera soltado antes y nunca tomado mi mano, probablemente no habría llegado hasta este punto, porque el único riesgo en mi vida fue él.

¿No era en verdad la más tonta?

¿Cuándo hice algo por mi misma? ¿Cuándo tomé una decisión libremente sin estar siendo impulsada por la opinión de alguién más? Solo conocí dicha libertad estando con Roderic Leodac, no mi protector ni mi cuidador, si no un igual, parte de un equipo que esperaba mi ayuda y que pudiera pensar con mi cabeza para ayudarlo.

Sabía que lo había hecho bien, sabía que podía hacerlo.

Entonces, ¿Por qué lo pensaba tanto?

¿Por qué no podía dejar de ver esa arma frente a mí con horror y la sola idea de apuntar al ruso me hacía sentir náuseas?

¿Por qué mi padre me amaba tanto? ¿Por ser mujer? ¿Por ser una criatura débil y endeble que se parecía a mi madre? ¿Por ser bonita, tan tierna que podría esconderla para siempre de la vista del mundo? Cómo hizo, cómo controló cada aspecto de mi personalidad y cómo la idea de perder esa amabilidad en Klaus Ostergaard me aterraba tanto que no pude más que ablandarme y poner una expresión dulce para distraerlo de mis hermanos, para que Erik no tuviera las cosas más difíciles, para disminuir su rabia, para hacerlo más humano frente a mis hermanos.

Rebelarme solo lo hacía molestar y si se molestaba no pagaba yo, ni mi madre, pagaba Erik, pagaba Enoch y pagaba Magnus, incluso a veces Aren. Ser complaciente era mi única opción para lograr algo con mi padre, lo fui toda mi vida, pero nunca ciega.

En realidad, ¿Alguna vez tuve el derecho a estar enojada? ¿A gritar? ¿A golpear? ¿A convertirme en una fiera llena de violencia y odio?

¿Esa podría ser Viveke Ostergaard? ¿O solo un pobre intento de no dejar que la última flama en mi cabeza se apagara?

Me puse sobre mis rodillas y acomodé mis brazos cruzados en el colchón, mirando el interior del cañón del arma. Era oscuro, casi tanto cómo mis perspectivas sobre mi vida.

Con la muerte de mi hermano pude soltar las cadenas que me convertían en la complaciente princesa Ostergaard, pero toda mi identidad no giraba en torno a mi posición y no estaba segura si las otras cadenas, las que pertenecían solo a Viveke, algún día podrían zafarse. ¿Y a dónde estaba sujeta? ¿A mis miedos? ¿A Maxim Kozlov? ¿Al pasado?

Había dos partes de mi que estaban siempre en una constante disputa.

La sumisa y temerosa Viveke Ostergaard.

La rebelde y molesta Viveke Ostergaard.

¿Cuál era yo?

¿Cuál dejaría que tomara el arma esta noche? ¿Y a quién le permitiría poner el dedo en el gatillo? Lo que había vivido hasta este punto me había hecho comprender con más claridad todo el panorama de mi misma, pero al final la decisión sobre quién se quedaría con todo recaía en si sería capaz de matar a Maxim Kozlov o no.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora