Desperté sola, estirando mi mano buscando a Erik, pero cuando mis dedos solo pudieron barrer la textura de su chamarra, comprendí que no estaba cerca. Me pasé las manos por el rostro y me tallé los ojos para despertar.
No escuchaba movimientos, pero podía percibir como algo estaba hirviendo y un aroma similar a la sopa de ayer acariciaba mis sentidos. Me incorporé y abrí los ojos, buscando el almuerzo, hambrienta y todavía somnolienta, parpadeando con lentitud y enfocando la luz natural que entraba por las hendiduras en las paredes.
Vi a Erik inclinado sobre algunos restos de madera quemada y el vaso de metal en el que estaba calentando la comida. Su postura era firme y su mirada se mantenía ocupada en lo que se estaba cocinando, lo vi de perfil, enfrascando en su propio mundo y me quedé en silencio, disfrutando de la expresión distante que tenía.
Estando tan cerca, podía sentirlo lejos, como una figura etérea e inefable, cómo algo que era muy difícil de agrupar con el resto de la humanidad. Erik iba siempre más allá, más allá de toda expectativa o definición. Y con todo eso, era mío.
—¿En qué piensas?— Pregunté con voz ronca.
—Nada en particular.— Erik respondió, moviendo el vaso del fuego para luego acercandolo frente a mí con cuidado y ponerme una cuchara en la mano.—Después de que termines, avanzaremos.
—¿En serio? — Lancé una rápida mirada a mi alrededor. Era cierto que lo único que parecía faltar por arreglar eran las cosas sobre las que había dormido.— ¿Tu ya almorzaste?
Erik asintió y se sentó a mi lado, viéndome comenzar a comer. Pasos sonaron y Aren entró, golpeando la punta de sus botas para botar el lodo en exceso de sus plantas en la entrada, después moviéndose hacía dónde estaba su mochila.
Una pastilla apareció frente a mi, interrumpiendo mi atención en el mayor de los Ostergaard y la tomé de la mano de Erik para echarla a mi boca y pasarla con la porción de sopa tibia que tenía en la cuchara.
—Hay un aeropuerto privado a dos días de distancia.— Dije después de tragar la última porción y miré a mi esposo.— ¿Iremos ahí?
Erik negó.
—De momento no, haremos una parada en otro lugar.— Dijo.
—¿Qué lugar? — Erik no respondió, tomando el vaso de mi mano y luego su cantimplora para enjuagarlo y tirar el agua sucia fuera. Guardó los instrumentos y luego me ayudó a ponerme de pie para también guardar lo demás. Esperé pacientemente a que volviera a abrir los labios cuando me puso la mochila sobre los hombros y después se agachó frente a mi.
Me puse nerviosa de inmediato y retrocedí. ¿Erik ya lo sabía? No podía ser, todavía no le había dicho nada.
—¿Qué haces? — Le pregunté.
—Pareces tener muchas dificultades para caminar.— Se explicó.— Parece doler, así que sube, voy a llevarte.
Me llevé la mano al pecho, aliviada.
Estaba bien, no sabía.
Me subí a su espalda y me sujeté de sus hombros, él por su parte me sujetó de las piernas y acomodó mi peso para salir del lugar. Me acerqué a su nuca e inhalé su aroma, olía a limpio y extrañamente a jabón. En mi cabeza tenía muchas preguntas sobre qué había hecho en dos días y sobre sus planes, pero al mismo tiempo sabía que eventualmente lo sabría, así que no me preocupaba insistir en las respuestas. De momento, estaba bien sabiendo que él estaba aquí.
Aren no había hablado desde que lo vi y solo podía escuchar sus pasos detrás, siguiendonos. Eso era incómodo, pero podía lidiar con ello, distrayendome con la sensación aún más opresiva de la humedad después de la lluvia y tratando de esconderme de los mosquitos que pasaban zumbando por mi cabeza.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...