Viveke Leodac
— ¿Qué es esto? — Pregunté hacía Kozlov mirando hacía el cuenco de cristal que había puesto en el suelo. Él ruso entonces se dirigió al centro de la habitación, sus pasos resonaron pesadamente contra mis tímpanos mientras él se desenvolvió con arrogancia, dónde estaba una silla que acomodó un paso más cerca de mí. Se sentó y su tono lánguido y satisfecho viajó hasta mi posición.
— Es tu favorito.— Dijo.— Nieve de almendras de la crème de Dieu de París.— Señaló su regazo.— Ven, si lo haces correctamente, podría darte al menos una provada.
Temblé con la ira enrollándose y serpenteando en mi garganta, pidiendo salir para ponerme de pie y tirarle el cuenco encima de la cabeza, pero eso solo me haría terminar castigada de nuevo y el trasero ya me escocía lo suficiente cómo para replantearme esa idea.
Me puse de pié con la nieve y caminé descalza hasta dónde él estaba, las cadenas en mis tobillos se arrastraron por el suelo y la que colgaba del collar en mi cuello rozó el canal entre mis pechos libremente. Era humillante estar desnuda frente a él, pero solo podía soportarlo evitando mirar hacía abajo, hacía mi propia vulnerabilidad que estaba a su vista.
Me puse en medio de sus piernas y después me senté con cuidado sobre uno de sus muslos. Aún, a pesar de no decir nada, lo seguí viendo con el odio y el miedo que guardaba solo para él.
— Alimentame, Viveke.— Kozlov ordenó.
— Si.— Llevé mi mano a la cuchara, pero solté un grito ahogado cuando me jaló por la cadena que pendía de mi cuello y me hizo enfrentarlo, su mano llevando un control absoluto sobre mí, sus ojos penetrando en los míos sacándome un escalofrío por el peligro que vi en ellos. Mis propios ojos se llenaron de agua.
— ¿Sí qué?—Mordí mis labios con fuerza hasta que sentí que sangraban, pero aún así lo dije.
— Si, amo.— Dije con un tono tembloroso, queriendo huir, queriendo esconderme de él, pero no había manera de que él me lo permitiera. Él ruso sonrió con satisfacción.
Tomé una porción de mi helado favorito y lo llevé a sus labios con una mano temblorosa e inestable, él abrió la boca y lo tomó con calma, manteniendo el sabor y luego pasándolo. Su manzana de Adán se movió cuando tragó y yo me quedé un momento viéndola, deseando poder ahorcarlo hasta la muerte hasta que sentí su mirada en mí y reaccioné. Volví a tomar otra porción para llevarla a él.
— Es muy dulce.— Kozlov dijo después de la segunda ocasión.— Tanto que agota.
— Entonces no lo comas.— Dije con cierta brusquedad, produciendo su risa.
— Tienes razón. En cambio, comelo por mi.— Lo miré a la espera de una trampa, sobre todo porque en sus ojos podía ver el hambre antes de que me devorara.
Lo veía venir y no podía hacer nada.
Levanté la cuchara y la llevé a mis labios. El sabor explotó en mis papilas gustativas y era tan bueno que por un momento perdí la noción de la realidad que se me escapó un sonido de satisfacción, pero cuando me giré y noté que los ojos de Kozlov se habían vuelto tan oscuros que casi se veían negros me di cuenta del error que había cometido.
Me quise poner de pie y huir, pero él me tomó por la barbilla y me besó, su lengua invadió mi boca como un colonizador, sin piedad ni consideraciones, mordió y chupó mi lengua usando el control que tenía en mi rostro para que no huyera.
Se separó cuando mi saliva amenazó con escapar de mis labios y luego sonrió.
— Sabe mejor.— Dijo.— Toma otro bocado.—Respiré bruscamente comenzando a llorar de verdad, pero obedecí con mi mano temblando hasta llevar el contenido a mis labios.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...