Capítulo 21: ¿Alguna vez deja de doler?

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No sabía cuántos días habían pasado y tampoco me importaba.

Cada vez que despertaba y comenzaba a llorar sin detenerme, era sedada y luego llegué a un punto en el que no podía diferenciar la noche del día. Había luz artíficial, de eso estaba segura, las paredes eran blancas y de pronto cambiaron para ser lisas y de color camel. La vista de los médicos y las enfermeras cambió ligeramente, ahora no había tantas variaciones de sus caras, sino que eran los mismos y diferentes a los primeros que me habían atendido.

Sabía que hasta este punto ya no tenía control de mi vida y que era Aren quien movía los hilos de mi existencia, pero eso no me molestaba.

Nada.

Nada tenía sentido más allá del dolor.

Las enfermeras no se iban de la habitación hasta que comía, los médicos no dejaban de molestarme con preguntas y los psiquiatras trataban de sacarme de la situación en la que estaba, pero era inútil.

Solo Erik podía hacer algo por mí y ya no estaba.

Ya no estaba.

Había muerto.

Había sido asesinado.

Todavía podía llorar, todavía tenía suficiente agua para tirar por él, mojando las sábanas que presionaban mi cara recargada en la cama como si de un animal muerto se tratara. Me dolían los músculos por no moverlos, pero tampoco tenía energía para hacerlo. Quería desaparecer, pero... me llevé las manos al estómago. Era injusto tener que quedarme y aún así era lo único que podía hacer por nuestro hijo.

La puerta se abrió.

Escuché pasos.

Bajé las pestañas y volví a subirlas. Repetí el procedimiento, sintiéndose mojadas por el agua derramada por mis ojos.

La cama se hundió y sentí que un par de manos pequeñas me tomaron y me impulsaron a incorporarme. Me mantuve erguida y miré la cara de Jaela frente a mí, sus cejas se inclinaban hacía arriba, sus ojos estaban cristalizados y la ropa negra que usaba solo me recordaba mi pena.

Jaela puso sus manos en mis mejillas y las limpió con sus pulgares.

— Oh, Milenka.— Dijo con suavidad y cariño, con tristeza.

— ¿Ja... — Mi voz salió ronca.— Jae...— Me dolía hablar, era como si miles de alfileres estuvieran atravesando mi garganta y mi voz solo los hiciera atascarse más en la carne.— Jae... Dime... alguna vez...— Mis hombros se sacudieron y me apoyé en ella. Dejando que viera mi dolor, dejando que notara lo destruida que estaba.—... deja de doler?

Jaela tragó duro, sus propias lágrimas se precipitaron hacía abajo.

— ¿Voy a...— Respiré.— voy a dejar de sentir que esto...— Llevé mi mano a mi pecho y lo golpeé.— Dejó de latir al mismo tiempo que su corazón? ¿Voy a poder olvidar? ¿Va a dejar de destrozarme...? Dime, Jae.— La sacudí.— Dime... por que duele... duele tanto...— Solté un sollozo y desde ese punto no pude detenerme, derrumbandome contra ella. Jaela me abrazó y acomodó mi cabeza contra su hombro, pasando su mano por mi cabello y tranquilizandome contra su toque.

No dijo nada en ese momento, solo se quedó quieta y le ordenó a los médicos que entraron para volver a drogarme que se detuvieran, que ella lo resolvería.

No estuve consciente de cuánto tiempo lloré, pero sí de que me sentía de nuevo agotada cuando ella me hizo ponerme de pie y me condujo hasta el baño. Jaela me quitó la ropa y preparó el agua para sumergirme dentro. Estaba caliente, era agradable y sus manos cálidas al llenar de shampoo mi cabeza. Masajeó mi cuero cabelludo con movimientos controlados, produciendo relajación en mi, recordándome al toque de mi madre cuando era niña, cuando estaba viva.

Obedecí cuando me pasó el jabón y me dijo que lo pasara por mi cuerpo, mis movimientos eran lentos, pero pude terminar por mi cuenta y luego ponerme de pie con ayuda de Jaela para secarme. Ella me puso un camisón azul y me condujo de nuevo a la habitación, pero en vez de llevarme a la cama, lo hizo hacía uno de los sillones y me sentó ahí. Se arrodilló frente a mí y puso sus manos en mis rodillas.

— Cuando perdí a Giovanni, busqué mis maneras de terminar con mi vida, pero siempre tuve la suerte de sobrevivir y además, tenía a Nestore, quien cargó conmigo cuando más perdida estaba. — Se limpió las lágrimas del rostro con un pañuelo.— Y no, el dolor nunca se va por completo. Una parte de ti siempre estará muerta con él, pero no toda tú, Milenka. Y lo que es más importante que eso, es que tienes una parte de él que atesorar, tienes a Aasiya y estás embarazada.— Tomó mis manos.— Va a doler, Mil. Va a doler cómo los mil demonios, pero Aasiya te necesita, la vida que llevas también te necesita de pie y yo estaré aquí hasta que ya no me necesites.— Jaela apretó mis manos.— No voy a dejarte sola.

Asentí.

Jaela se puso de pie y fue a buscar una manta para ponerla en mi regazo. Llevé mis piernas a mi pecho en el sofá y me recosté, levantando la cabeza hacía el techo.

— ¿Qué día es? — Pregunté.

— Han pasado dos días.— Dijo Jaela.— Assim se adelantó para la ceremonia de luto y el entierro, vino a verte, pero dijo que estabas dormida. Afuera el palacio está lleno de flores y regalos. El ambiente también está un poco...

—Lo sé.— La interrumpí. Podía imaginarlo después de saber el efecto que causaba Erik en el resto de la población.

— La ceremonia de coronación de Aren es mañana, pero se hará de manera privada con los miembros del parlamento por respeto a Erik.— Dijo Jaela.— Hay una relativa calma en estos días, pero nadie sabe lo que pasará después de que Aren se haga cargo oficialmente del país.

— Ya veo.— No me importaba, ni el país, ni la asesina de Erik. No tenía la energía de ponerme a preguntar por ella, ya que perseguirla o matarla no me lo devolvería.

Jaela suspiró.

— Está bien.— La escuché decir.— Avanzaremos poco a poco.

La puerta se volvió a abrir y giré la cabeza para ver a Assim. Mi hermano y yo intercambiamos una larga mirada y luego él caminó hasta dónde yo estaba, también estaba usando ropa negra de la cabeza a los pies. Se arrodilló frente a mí y puso sus ojos sobre los míos, por primera vez vi que mi hermano no sabía qué decir. Abrió sus labios, pero no le di tiempo a usar palabras que no servirían de nada. Me abalancé hacía él, rodeando sus hombros con fuerza. Assim me sostuvo contra él y controló mi cabeza colocando su mano sobre mi cabello.

La tranquilidad que había logrado se vino abajo de nuevo con Assim sosteniéndome y comencé a llorar de nuevo contra él.

— ¿Por qué lo hiciste? — Assim pregunto contra mi cuello. Sabía a lo que refería, que se había enterado de que quise suicidarme y por el tono de su voz era algo que le había herido.

No respondí, porque la razón era más que obvia, porque ya no podía seguir hablando y poniendo en palabras lo que me dolía. En vez de eso escondí mi rostro en el hombro de mi hermano menor.

Lo mismo que hice cuando mi madre murió, cuando él me rescató después de ser vendida, cuando mi vida se derrumbaba una y otra vez. Cuando Assim seguía siendo el único que podía sostener con firmeza las partes de mi misma y tratar de unirlas.

Aunque esta vez no estaba segura de que hubiera algo que sostener.

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Me gusta la relación de Milenka y Assim...

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora