Especial: Me encantan los retos, Miel.

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Iridiana Ostergaard

La arena estaba tibia.

El sol brillaba en lo alto del cielo sin nubes que lo obstaculizaran y cubría directamente mi piel, pero no sentía que estuviera quemándome, en cambio era cálido y agradable.

Miré mis pies descalzos y moví mis dedos enterrandolos y desenterrandolos de la arena con la agradable sensación de las pequeñas partes moverse y caer por mi piel.

Me sentía en paz.

Levanté la mirada y me fijé en las olas que chocaban con la orilla, el agua motivada por las corrientes que iban y venían manteniendola en movimiento constante, llegando y yéndose, así cómo el sonido que producían.

La brisa marina era muy suave al estrellarse contra mi rostro y movía el vestido blanco que llevaba puesto.

Caminé hacía la figura que me daba la espalda, mis pasos inaudibles al desplazarme hasta quedar a escasos centímetros de él.

No abrí mis labios, mirando su cabello largo y rubio moverse con el viento, libre y sin permanecer sujeto con nada.

Ya no tenía ninguna restricción.

Erik se dio la vuelta y sus ojos se clavaron en los míos.

— Cumplí mi promesa.— Dije.— Encontré mi luz.

Él sonrió, sus labios estirándose en una espontánea sonrisa que mostraba la parte frontal de sus dientes como perlas y extendió su mano hacía mi. Nunca lo había visto tan relajado como en ese momento.

Me acerqué y puse mi palma contra la suya, reconociendo un suave sentido de mi piel contra la suya, pero era irreal, era tan suave cómo tocar una pluma, como pasar los dedos por una suavidad fría.

Fue cómo volver a casa.

Algo resbaló por mi mejilla y sus ojos se detuvieron ahí.

Erik levantó su otra mano y puso su pulgar en el lugar en que se detuvo la lágrima y la barrió.

—No es suficiente.— Dijo.

— Quiero quedarme.— Pedí aferrándome a su mano.— Debe ser solitario aquí.

Solo quería estar aquí.

No pedía más.

Él no respondió, su mirada permaneciendo sobre mí y sus pensamientos insondables. El viento corrió y la delgada camisa blanca que llevaba se movió, pegándose a su cuerpo. La tela del mismo color en sus pantalones también se ondeó ligeramente y la imagen limpia de él se volvió todavía más etérea. Pero había un sentimiento infinito de soledad rodeándolo y eso aumentó mi urgencia.

— ¿Qué se supone que haga una sombra sin su forma? — Pregunté.— Es difícil, Erik. Soy feliz, pero no puedo levantarme un solo día sin recordarte. Puede el resto encontrar su felicidad y convertirte en un recuerdo, pero yo no. Me siento obligada a estar hundida porque soy incapaz de pensar en lo injusto que es tener que continuar así, sin ti.

Erik inclinó la cabeza.

—Mi hermano está rogando por ti.— Dijo.

Tragué.

Amaba a Magnus, lo amaba de una manera en la que pensé que nunca haría y el sentimiento era tan fuerte que pensar en no verlo de nuevo hizo que sintiera dolor físico, pero... miré a Erik con obstinación.

Él se rió, un suave sonido, tan sincero cómo triste.

— Yo también, Iridiana.— Dijo, atrayéndome a sus brazos y deteniendo su barbilla en la coronilla de mi cabeza.— Yo también.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora