Erik Ostergaard
El ser humano era muy interesante.
La mente humana lo era casi todo para la existencia humana.
El ir y venir entre líneas de pensamiento que lo eran todo y nada para cada individuo.
El secreto para mover los hilos de esas líneas era entenderlas.
Pero, bajo ese razonamiento, ¿Cómo se entiende al ser humano cómo a un todo?
Esa es una idea errónea.
La individualidad era parte de la llave.
El conocimiento era adictivo y la observación nunca terminaba.
Era fácil olvidarme de mi propia existencia una vez entraba en esa pantalla de alejamiento que me permitía verlo todo, tal vez por eso solo sentí las uñas de Iridiana hasta que se encajaron en mi mano y el dolor me hizo salir del estupor condicionado.
Parpadeé y mis ojos se giraron hacía ella.
Iridiana entornó sus ojos hacía mi, el delineador negro que bordeaba el contorno de su mirada la volvía más afilada, pero ella parecía preocupada. Presionó un poco más sus uñas en mi piel para terminar de hacerme entrar en la realidad antes de soltarme.
— ¿Es seguro dejarte solo? — Preguntó, bajando su tono de voz.
— Ve.— Hice un movimiento con la barbilla echando un rápido vistazo a la hora en mi reloj.
Iridiana desapareció de mi vista inmediata y caminó hasta sentarse al otro extremo de la barra, examinando el menú. Él vestido rojo con escote de corazón que se pegaba a su cuerpo había llamado la atención de siete hombres en la sala y al menos dos de ellos no tardarían en acercarse a ella.
Uno de esos hombres era Yoshida Touki...
Incliné mi cabeza ligeramente mirando las medias lunas que marcaban mi mano con aire distraído.
Si se acercaba a ella sería una buena idea que comenzara a formar lazos con uno de los picos empresariales de mayor impacto en Asia, así cuando Jonathan Carswell le heredera parte de su poder, las conexiones le ayudarían.
Yoshida Touki tenía cinco amantes, cada una de diferente nacionalidad y vivían alejadas de cualquier otra vista masculina, cómo muñecas guardadas por su dueño hasta que se empolvaran y dejaran de ser atractivas.
No le gustaba perder y hasta el momento ninguna mujer se había negado a su dinero y su poder.
Pero ella no era suya para poseer.
Si esperaba que Iridiana fuera su nuevo juguete, entonces comenzaría a probar la decepción y la frustración de no poder tener lo que uno deseara.
Cómo aquella ocasión al ser el segundo hijo de la herencia Yoshida en el que le privaron de su juguete para otorgarselo a su hermano mayor.
Esa sensación... podía regalarsela nuevamente.
Una ligera sonrisa tiró de mis labios.
¿Debería mover mis piezas para comenzar con la función? ¿Debería iniciar un nuevo juego para terminar ganando? Las variables que se presentaron frente a mi en ese momento fueron lo suficientemente estimulantes cómo para promover mi estado de ánimo.
— ¿Quieres qué juegue? — La voz de Iiridiana por el comunicador de dos vías sonó con un tono de reproche, cómo si me reprobara, pero al mismo tiempo estuviera dispuesta a aceptarlo si se lo ordenaba.
— ¿Qué opinas de Yoshida? — Pregunté indirectamente.
— Que no me gustan los viejos de cuarenta años.— Iridiana dijo.— Pero si esperas que pierda mi tiempo jugando con él para entretenerte, ¿Qué más puedo hacer? Solo tienes que darme la órden.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...