Hacía el atardecer encontramos un oasis en el desierto.
Un río
El sol ya había pintado dos terceras partes del cielo en un profundo naranja, por lo que cuando me mostré muy feliz de haber encontrado un cuerpo de agua dulce en el que podíamos potabilizar agua y además, podría tomar un baño, Erik autorizó acampar cerca.
Aren fue el primero en alejarse para buscar un lugar y tanto Erik como yo nos quedamos para recargar el agua en las cantimploras.
Me sentía cansada por el recorrido y al mismo tiempo satisfecha de que el día ya había llegado a su fin y quedaba descansar para empezar de nuevo mañana.
Me senté en la tierra y extendí mis piernas para comenzar a jalar las agujetas y quitarme las botas. Primero lo hice con la derecha y después con la izquierda. Me quité los calcetines y me acerqué a la orilla para quitarles el sudor con el agua del río.
— ¿Crees que se sequen? — Preguntó Erik, acercándose a un árbol y sentándose con su espalda contra el tronco.
— Espero que sí, porque estaba planeando hacer lo mismo con el resto de mi ropa.— Dije, terminando de hacerlo y luego quitándoles el exceso de agua para ponerlos en una rama.— ¿Quieres que lo haga también con la tuya? — Pregunté, girándome hacía él con las manos en la cintura.
Erik sonrió.
— No creo que sea buena idea.— Él dijo.— Lo de mi ropa, quiero decir. Pero hazlo con la tuya si te sientes incómoda.
Miré el agua y luego pensé en las probabilidades de que se secara. Sí los calcetines no lo hacían, no tenía problemas para andar sin ellos, pero toda mi ropa...
Olería mal, pero podía aguantar al menos un par de semanas sin que fuera muy evidente que necesitara una lavada. Además, la tela de la que estaba hecha no era de la que guardaba mucho aroma.
Me encogí de hombros. Era mejor mantener las cosas simples, pero al menos lavaría mi ropa interior.
Me quité la blusa, la dejé cerca de mis calcetines y luego hice lo mismo con mis pantalones y con mis bragas, pero esas las mantuve para mi al dirigirme al agua y caminar dentro del rió que no tenía corrientes fuertes hasta que llegó a mis pechos, entonces lavé mi ropa interior entre mis manos primero, tallandola con solo el agua para no sentirme tan incómoda mañana al seguir con nuestro camino y cuando terminé levanté la cabeza para ver a Erik.
Me estaba mirando.
Y había una ligera sonrisa en sus labios.
Sonreí.
— ¿No quieres venir? — Lo invité.
—Después de ti.— Dijo. Hice un puchero y luego le lancé mis bragas. Erik las atrapó en el aire y luego levantó una ceja rubia. Parecía tan intocable como cínico y eso me gustó mucho.
— ¿Puedes tenderlas por mí, amor? — Le pregunté con descaro y él se puso de pie para ponerlas cerca de mis calcetines. Llevé mi cabeza hacía atrás para mojar mi cabello y luego volví mi atención hacía él, quien se acercó a la orilla del río, pero no tuvo ninguna intención de llegar hasta dónde yo estaba.
Algunas veces tenía la impresión de que Erik estaba muy lejos y era difícil para mí alcanzarlo. Muchas de mis pesadillas eran sobre eso y me despertaba cubierta de sudor y lo buscaba como loca con el miedo atenazandome la garganta.
Una vez lloré hasta quedarme ronca, hasta que tuvieron que sedarme cuando él no respondió las llamadas de mi celular después de enterarme de que hubo un atentado contra su vida en Londres.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomantiekLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...