Especial: Extrañamente tranquilo.

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Viveke Ostergaard

Cuando Mikhail conoció a Zoa fue como ver una película de romance en vivo y en directo, pero también tuve una epifanía de ridiculez.

No es como si él lo hubiera notado en mi rostro, porque estaba demasiado ocupado usando la servilleta de su café para limpiar el brazo de ella que parecía haberse quemado cuando se chocó por accidente con él en la calle.

Zoa Morkova estaba unsando un top deportivo negro y unos pantalones cortos que abrazaban sus curvilineas caderas. Un atuendo muy interesante para estar en la zona residencial más elitista de Roma.

Ni siquiera era la hora para correr, siendo las dos de la tarde, cuando el sol estaba más elevado y sería fácil deshidratarse a unos cuantos metros de distancia.

Después de pensarlo un poco, cualquiera pensaría que hubo algo extraño en ello, pero Mikhail no, tal vez porque ya se había dejado atrapar los ojos grandes del color del jade de la rusa.

" Lo siento mucho". Había dicho ella.

"No, fue mi culpa no verte" Él dijo. "Y te derramé mi café encima, perdón".

"No duele" Ella le sonrió, mostrando una hilera de dientes perfectamente blancos y bien alineados. "Gracias por quitarme el exceso de café del brazo".

"¿En serio no te duele? Puedo llevarte a un hospital si..." Él había comenzado, pero yo comencé a anticipar lo que pasaría si seguían pasando más tiempo juntos y lo tomé del brazo.

"Mika, nos están esperando" Dije, tirando un poco de él, lo suficiente para que me devolviera su atención.

Mikhail bajó la mirada hacía mi y después asintió, recordando que íbamos a encontrarnos con sus hermanos y que ya estábamos atrasados en tiempo.

"Estoy bien" La chica había dicho, después de lanzarme una rápida mirada. "Me voy y disculpa de nuevo".

Mikhail había asentido hacía ella y después se había dejado guiar por mi fuera de su alcance, pero poco había sabido en ese momento que ella le pasaría un papel con su número de teléfono y que desde ese momento ambos comenzarían a hablar sin que yo lo supiera.

Tres meses después la declaró su novia oficial.

Y al año estaba pensando en proponerle matrimonio.

Me mordí el labio.

¿Cuántas coincidencias en el mundo debían de haber para que Zoa, una agente de la empresa de Edward Carswell se encontrara de casualidad con el hijo de su jefe en una misión en Rusia y aprovechara para pasarle su número en un simple encuentro aleatorio?

Era una maldita arpía que solo buscaba el poder y el dinero de los Carswell y quiso asegurarse una vida fácil yendo por el hermano más susceptible a ese tipo de trucos baratos.

Al menos por ese lado Conrad tenía mi más absoluto respeto. Él nunca se dejaría engañar por una mujer y al contrario... era muy peligroso meterse con él.

Mikhail siempre fue amable con el género femenino y no creía que una mujer pudiera ser cruel o manipuladora, tal vez había sido demasiado ingenuo y se dejó llevar por el calor de su primer amor, pero esa fue su única culpa.

Zoa por otro lado...

Probablemente también fueron mis celos lo que me llevaron a investigarla y darme cuenta de que ella no era confiable y que la mayoría de sus compañeros de misiones le llamaban la viuda negra porque sus novios siempre morían en acción.

Sabía que había algo oscuro en ella y cuando la confronté no dudó en sacar sus verdaderos colores, pero eso había sido todo.

Mikhail no me creyó cuando se lo dije y después...

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora