Especial: Erik te manda saludos.

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Brena Monaco

Cuarenta y tres pisos y una última planta que era como un penthouse. El espacio lleno de comodidades y esculturas contemporáneas hacían parecer que la oficina del líder de la empresa de seguridad OSegurity pudiera confundirse con un estudio de creatividad libre.

En la recepción estaba una mujer morena de aspecto pequeño, delgada y muy seguramente a principio de sus veintes que parecía ratón de biblioteca. Estaba en discordancia con la excentricidad del lugar, pero el dueño nunca tenía sentido. Era así de caprichoso con todo a lo que su vida se refiriera.

Uno de sus guardias me vio avanzar hastsa las dobles puertas de cristal negro con una sola vista y la abrió para mi, le hice una señal de reconocimiento con la mano y después me detuve posterior a dar tres pasos dentro, mis tacones encajandose en el tapete de oso blanco que estaba aplastado contra el suelo. Antes de pensar en las encantadoras vistas, mi padre apareció en mi campo de visión usando pantalones blancos, tenis deportivos de color gris y una camiseta de estampado rojo con dorado de yin y yang con los dos botones superiores desabrochados, mostrando su cadena delgada de oro blanco que colgaba de su cuello que mostraba venas saltantes, señal de lo molesto que estaba.

— ¡¿Esto es lo mejor qué se les ocurrió?! — Frederick Ostergaard gritó, lanzando los papeles a sus rostros, ellos retrocedieron y se disculparon.— Si no me traen una manera de acomodar a un chivo expiatorio en tres horas, van a ser ustedes.— Ellos se miraron entre ellos, sus expresiones en pánico.— ¡Piérdanse!

Ellos se marcharon, su teléfono sonó y él fue a contestar. Abrió y cerró su mano varias veces antes de hacerlo.

— ¿Qué? — Preguntó groseramente y después se puso pálido.— Perdone, señor. No, no tengo idea de lo que está pasando, ella no se encontraba siguiendo mis órdenes.— Un silencio.— Pero yo...— Se detuvo y luego apretó los puños.— Claro que sí, señor. Lo arreglaré.

Colgó con violencia y después, no contento con haber maltratado el teléfono, arrancó el cable que lo conectaba y lo lanzó al suelo. Los pedazos se esparcieron hasta llegar a mis zapatos y algunas piezas de plástico dieron conmigo.

— ¿Qué está mal? — Pregunté, bloqueando la puerta aprovechando su distracción y luego caminando hasta el sofá, sentándome con las piernas juntas y la espalda recta. Estaba tratando de disimular lo mucho que me agradaba verlo en esta situación.— Erik Ostergaard está muerto. ¿No es algo bueno?

Frederick se rió.

— ¿Bueno? ¡Ese maldito bastardo! — Tiró los papeles de su escritorio.— ¡Danielle debía matarlo en silencio, no enfrente de televisión nacional! Maldita perra.— Apretó los dientes.— Me traicionó.

— ¿Y ahora qué sigue? — Me incorporé con expresión preocupada.— ¿Qué pasará con nosotros?

— El gobierno me está presionando para asumir la responsabilidad como empresa extranjera y que esta situación quede como un problema entre sucesores de la familia real.— Mi padre negó.— No pienso ser el cordero de sacrificio para que el país se lave las manos, voy deslindarme de ella y conseguir más tiempo para salir de este maldito problema.— Presionó las manos contra su escritorio y miró a la nada con los ojos llenos de locura. Había comenzado a volverse cada vez más desequilibrado desde que Erik le comenzó a mostrar lo que era perder en cada ocasión.— No vas a ganar, Erik Ostergaard. No vas a destruir todo lo que he logrado.— Levantó la cabeza al techo.— ¡¿Escuchaste, imbécil?! ¡No vas a ganar!

Pero ya había ganado.

Me puse de pie.

Ya estaba cansada de este juego.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora