Especial: Última promesa.

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Iridiana Marcel

No podía hacerlo.

Lo veía caminar hacia mi.

Lo veía ser aclamado, ser llamado, ser querido y mi cuerpo entero temblaba.

Su esposa se veía muy feliz a su lado, sin tener idea que su mundo se vendría abajo, que yo se lo quitaría. Eso me hizo sentir miserable, odiosa, horrible.

Levanté mi pie y este vaciló en el aire por un instante antes de bajarlo, dejándolo caer en el escalón. Sentía que llevaba plomo, pero aún así me moví, contra mi mente, contra mis verdaderos deseos y me obligué a caminar.

Estaba sudando, sentía los labios resecos. Mi corazón palpitaba contra mi pecho como si quisiera salirse.

Paso. Pum. Paso. Pum. Paso. Pum. Paso. Pum. Pum. Pum. Pum...

Erik me vio, él sabía que todo estaba por terminar, sabía, ambos sabíamos lo que pasaría y aún siguió avanzando. Sus ojos se posaron en los míos, mi mano tomando el arma en mi bolso y por un segundo el mundo se detuvo.

Solo en ese instante todo dejó de girar y mi vida entera se redujo a ese momento. A mi promesa, al honor y la condena que se me había dado. Había una pizca de miedo en él, algo de culpa por conducirme a este punto, pero también había algo en él que era más doloroso que todo lo demás: el agradecimiento.

Saqué el arma y le apunté, mi dedo resbalando sobre el gatillo antes de presionarlo.

Erik elevó la comisura de sus labios, un gesto tan imperceptible cómo único, cómo él.

Disparé y cuando lo hice mi corazón también se detuvo.

Y él cayó.

***

Desperté súbitamente, llevando mi mano debajo de la almohada como parte de la costumbre y frunciendo el ceño al darme cuenta de que no estaba mi arma.

Y este no era mi departamento.

No.

Respiré entrecortadamente, sintiendo las mejillas mojadas, comenzando a recordar lo que había pasado.

La muerte de Erik, el interrogatorio y después... miré a mi alrededor. Paredes marrones de tonalidad clara con estampado de flores, había una mecedora en la esquina con una manta en uno de los reposabrazos. Un pequeño neceser en la pared lateral derecha con un banco de madera acolchado con un tono camel. Había algunos artículos de limpieza de la piel todavía con envoltura, intactos en la superficie del mueble. Había grandes tapices que cubrían casi en su totalidad el suelo y la lámpara sobre el techo era abombada con un tono opaco.

La puerta se abrió y apareció una mujer de aproximadamente ochenta años con cabello blanco y corto como melena, un vestido negro con tonalidades en gris y un saco ejecutivo, usando un bastón negro con plata y detrás de ella se asomaba una enfermera usando un vestido blanco y medias.

—No será necesario.— La mujer mayor dijo hacía la enfermera.— Parece que ella se encuentra mejor.

La enfermera se despidió y se marchó.

La mujer entró y se sentó en la silla que estaba a un costado de mi cama. Miré con curiosidad sus movimientos. Se movía con lentitud, pero con firmeza, con eso podía notar que era del tipo que sabía tomar decisiones difíciles y ser cautelosa al mismo tiempo. Además, sus facciones eran muy simétricas y todavía se podía ver su atractivo a pesar de la edad, en su juventud debió de haber sido muy hermosa. Mi curiosidad creció y permanecí callada a la espera de que ella iniciara conversación, analizando sus gestos y no pudiendo encontrar mucho en ellos.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora