Cuando desperté de nuevo, no me sorprendí por ver a Aren a un costado de mi cama. Estaba sosteniendo una tablet en su mano con la cabeza inclinada hacía la pantalla y su cabello ya estaba en orden de nuevo, peinado hacía atrás pulcramente con esa imagen severa a la que todavía no me acostumbraba. Mirando alrededor hacía las ventanas abiertas y las cortinas moviéndose ligeramente por las corrientes de aire con el sol naciente, podía adivinar que había dormido hasta el amanecer.
Me incorporé sobre las almohadas detrás de mí y él levantó la mirada.
— ¿Qué quieres hacer? — Preguntó.
— Levantarme.— Respondí. Aren negó.
— No puedes.— Dijo.— Los médicos dijeron que mantuvieras reposo. Si necesitas algo, pídelo y lo traeré.
Me quedé quieta.
No quería nada que viniera de él.
— ¿Y Aasiya? — Miré a mi alrededor, pero no vi ningún indicio de ella.
— En su habitación, duerme.— Aren respondió apagando la pantalla de la tablet.— Dime lo que deseas.
—Que te vayas de mi vista.— Me sinceré.— No quiero verte.
—Eso no va a ser posible.— Él dijo.— Tenemos que hablar.—Lo miré de mala manera y él me ignoró, continuando.— Sobre tu intento de escape, voy a pretender que no pasó, pero espero que tengas en cuenta que has perdido ciertas libertades y que estaré pensando en un castigo apropiado por robarme la tarjeta de poder marítimo.
— ¿Castigo apropiado? — Me burlé.
—Si, castigo apropiado.— Aren respondió con tono gélido.— Aunque seas la reina viuda, hay reglas y leyes en este palacio y robar la tarjeta militar marina de Dimark se considera un crimen.— Desvié la mirada.
—Haz lo que quieras.— Dije con brusquedad, pero mi voz se ahogó al final. Odié mi propia debilidad, pero mis emociones estaban fuera de control y lo que Aren estaba haciendo solo lo empeoraba. La manera en la que me hacía sentir indefensa me aterraba, porque no tenía opciones, porque me acorralaba sin dejarme más opciones que obedecer.— Siempre haces lo que quieres, no me importa, Aren.
Me abracé a mi misma y quise desaparecer, tratando de retener las lágrimas para no volverme un ser todavía más patético frente a él.
Aren suspiró.
— Mi intención no es producir tu miedo, Milenka.— Dijo con un tono más suave, más cansado.— El país todavía es inestable y muchos nobles y políticos esperan que me equivoque para solicitar una regencia por un posible heredero varón que lleves. No es una buena idea estar cada uno por nuestros lados si mi intención es que Aasiya siga permaneciendo cómo princesa heredera.— Lo miré con recelo, pero también con sorpresa por sus intenciones con mi hija.— Lo siento, yo tengo la culpa de haberte conducido a que te pusieras en peligro, pero también espero que entiendas que necesito que al menos seamos civilizados. Debo agregar que los retos no sacan lo mejor de mi. Así que te lo pido, por favor no lo hagas. Necesito tiempo para poner en orden mis pensamientos y no me estás ayudando.
—No me gusta que me ordenes.— Dije con un tono bajo.
— Es lo que hago, Milenka.— Aren dijo.— Es lo que soy, pero siempre y cuando tus solicitudes sean sensatas, estoy dispuesto a hacer concesiones.
Miré mis manos, permanecían intactas, pero el rostro me dolía por las agresiones del hombre en el barco.
— Eres un tirano.— Le acusé, mi voz todavía inestable.
— En esencia hago lo mismo que mi hermano, pero yo no escondo mis intenciones, Milenka.— Dijo Aren.— El país y tu adoraban a Erik por su control suave, su manipulación inaparente, pero yo nunca he sido tan sútil, ni pretendo serlo. Espero ser temido por mis enemigos, respetado sin más por mi país y obedecido por ti.— Aren puso su dedo en mi barbilla y me levantó el rostro hacía él, hacía sus ojos verdes.— Pero eso no quiere decir que no sé retribuir lo que recibo. Por las buenas puedo ser muy generoso, Milenka.
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Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)
RomanceLe habían dicho a la reina Ostergaard que la soñaron en una isla en medio de una elección entre un tiburón y un ave, pero, ¡No pensó que sería literal en una isla! Milenka Ahmad había elegido a Erik Ostergaard después de que las cosas salieran muy m...