Especial: Te daré lo que sea que te haga feliz.

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Ginevra Romanov

Para mi todavía era un suceso muy extraño que Kozlov me dejara ser su pareja para la gala. Sin embargo, no estaba dispuesta a quejarme, ni retroceder porque de una manera u otra con eso había ganado un poco de tiempo para quedarme en Rusia.

Verifiqué una última vez mi maquillaje con el diminuto espejo redondo que guardaba en mi bolsa de fiesta y al comprobar que todo estaba en orden, lo cerré y volví a guardar. Incluso el ruido bajo que hice con esos movimientos se sintieron demasiado ruidosos en el ambiente del automóvil.

Miré por el rabillo del ojo al zar de la mafia Rusa y al hombre más poderoso del país, Maxim Kozlov. De perfil se veía cómo retrato de un adonis oscuro, uno que podía matar a alguien de mil maneras antes de que pudiera pensar en lo que hizo mal y viéndolo frente a frente uno solo quería bajar la mirada y encogerse de miedo. Era el tipo de hombre al que no convenía ponerse en contra.

De verdad daba mucho miedo y aunque era relativamente joven, siempre procuré hablarle con el máximo respeto.

No cualquiera podría enfrentarse a sus diecisiete años al mismísimo Massimo Leone y todavía salir siendo respetado en vez de cortado en pedacitos.

Agallas no era lo único que se necesitaba para sobrevivir a la mafia y eso siempre lo tuve muy en mente.

Así que en resumen, la sensación que sentía ahora al volverme su acompañante no era muy diferente a la que tenía cuando acompañaba a mi padre a cualquier evento. Sentía que si no me comportaba adecuadamente en cualquier instante sería reprendida como una niña por eso, así que apenas me moví durante todo el trayecto y traté de mantener la compostura hasta que el vehículo se detuvo frente al Krembim.

Era bastante impresionante, un atisbo de la historia del país en una edificación tan magnífica con altas torres con cúpulas doradas y puntiagudas. Muros de piedra que se elevan hasta el cielo estrellado. Las murallas hechas con ladrillos rojos y blancos parecían todavía lo suficientemente completos cómo para hacer de protección, cómo una impecable manera de mantener el pasado.

Me sentí cómo en una especie de sueño viendo lo que tenía enfrente, apenas reaccionando cuando el conductor abrió la puerta del zar y luego yo me deslicé hasta salir después de él, dónde me esperaba su mano para ayudarme a sujetarme de él y no tener tantas dificultades con el largo del vestido. Usé su apoyo y acomodé la tela plateada que rozaba el suelo para después comenzar a caminar sobre las alfombras negras con motivos dorados hasta la entrada del lugar, conducidos hasta la sala de San Jorge dónde se llevaría a cabo la gala.

La manera en que mis zapatos de tacón sonaban contra el suelo pulido de mármol de la edificación era en verdad fascinante.

El lugar estaba lleno de hombres y mujeres de altos puestos, el poder de varios países concentrado en un solo lugar con una idea bastante absurda de paz, si era bien conocido que la mayoría de ellos encontrarían la manera de lanzarse a por la yugular de una manera en que no lo parezca.

— ¿Sabe algo de historia, señorita Romano? — De pronto, Kozlov preguntó.

— Sólo sobre los más famosos, Iván IV, Catalina la grande y los Romanov.— Respondí en tono comedido.

— Sin un terror semejante, no es posible la justicia en el mundo.— El Ruso dijo con un tono severo y una mirada bastante intrigante. Era una prueba, claramente.

— Iván IV.— Dije y él pareció satisfecho con mi respuesta. Casi suspiré de alivio, me sentí cómo en un examen oral de historia.

El ruso me llevó entre la multitud de gente, algunos lo detuvieron y él me presentó como su acompañante. Después le hablaban sobre temas que no entendía en absoluto, así que solo me quedaba quieta, asentía con la cabeza, sonreía y miraba a mi alrededor en busca de algún distractor que no me hiciera quedarme dormida parada.

Misión: Rescate. Contratiempos: Elegir. (IV libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora