Une mauvaise journée

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Las risas de Ryūko y Satsuki inundaban la tranquila sala de la mansión Kiryūin. Satsuki había tomado el conejo de peluche de Ryūko y corría entre los muebles, evitando que su imooto lograra alcanzarla. Sus juegos eran vigilados de cerca por el padre de ambas, Kiryūin Sōichirō, que leía tranquilamente el periódico.

Satsuki giró rápidamente alrededor del sofá esquivando las pequeñas manos de Ryūko, que casi la sujetaban del vestido. La pequeña niña no pudo mantener el equilibrio y cayó de bruces al suelo, sobre la elegante alfombra persa que adornaba la habitación. Ryūko se posó en sus diminutas rodillas mientras se sujetaba el cuello de su vestido; en su caída se había golpeado el pecho perdiendo así el aliento, y le estaba costando dificultad recuperarlo.

– ¿Estás bien, Ryūko? –le preguntó Satsuki al ver que ya no la seguía. Cuando contempló que su pequeña hermanita batallaba por respirar, rápidamente se inclinó hacia ella –. ¡Otoosan! –llamó a su padre a todo pulmón.

Sōichirō dejo de inmediato el periódico y acudió a socorrer a sus hijas. Tomó a Ryūko en sus brazos y le acercó un inhalador a sus labios. Después de tres inhalaciones con el pequeño dispositivo, la respiración de Ryūko comenzó a normalizarse, para la tranquilidad de Satsuki quien sujetaba la manga del saco de su padre ansiosa por su hermana.

– ¿Te sientes mejor? –le preguntó Sōichirō a su hija. Ryūko asintió con la cabeza mientras unas cuantas lágrimas escurridizas recorrían sus mejillas –. Deben tener más cuidado –le dijo a amabas niñas al dejar a Ryūko de nuevo en el suelo.

–Lo tendremos, otoosan –respondieron las dos niñas dirigiéndole una sonrisa a su padre. El hombre se las devolvió con cariño.

El dulce momento fue interrumpido por una leve tos proveniente de la entrada a la habitación. Kuroido Takiji se encontraba parado bajo el umbral realizando una reverencia a Kiryūin Ragyō, quien hacia su majestuosa entrada.

–Ragyō-sama ha llegado a casa –anunció el hombre si levantar la vista.

–Okaerinasai –la saludó Sōichirō.

Las dos niñas a sus pies corrieron hacia su madre.

–Okaerinasai, okaasan –dijeron Satsuki y Ryūko al unísono, una vez que llegaron a los pies de su madre. Las dos pequeñas la miraron con los ojos desorbitados y sus rostros llenos de entusiasmo. Para las hermanas, su madre era la mujer más hermosa del mundo.

–Tadaima –murmuró Ragyō posando sus ojos primero en Satsuki, una larga sonrisa apareció en su rostro, que rápidamente se desvaneció cuando sus ojos se volvieron hacia Ryūko –. ¿Qué haces fuera de tu habitación?

–O... okaasan, yo solo... –comenzó a balbucear Ryūko. Bajó su vista al no poder tolerar la mirada de decepción de su madre.

– ¿Qué hace fuera de su habitación? –preguntó de nuevo Ragyō dirigiéndose al resto del cuarto. El mayordomo detrás de ella comenzó a balbucear igual que la niña, Satsuki empezó a disculparse con su madre lista para culparse de todo, pero solo Sōichirō fue el único en darle una respuesta directa.

–Solo estaba jugando con Satsuki –dijo el hombre acercándose a su familia – y yo las supervisaba.

Ragyō frunció el ceño y le dirigió una mirada desaprobatoria a su marido.

–Todos saben perfectamente que Ryūko no debe salir de su habitación –soltó la mujer ciñendo su mano como una garra alrededor del brazo de la niña en un abrir y cerrar de ojos –, ordenes del doctor.

Ante los ojos incrédulos de Sōichirō y Satsuki, Ragyō arrastró a su hija por el pasillo a paso decidido. Ryūko era tan pequeña que apenas sus pies lograban tocar el suelo mientras su madre la jalaba del brazo en un ángulo irregular.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora