Todas mis confesiones

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–Cuando el jefe nos habló de su rival... –comentó el miembro más joven de la pandilla de Sanageyama Uzu llamado Konoe Eita – bueno, nosotros nos imaginamos algún tipo rudo con pinta de asesino demente, no una chica de diecisiete años...

Matoi Ryūko dio un leve respingo desde su puesto junto a la ventana.

–¿Qué carajos quieren decir con eso? –soltó la chica con gruñido mirando de soslayo al resto de los jóvenes que la acompañaba en aquella pequeña sala de té de estilo clásico washitsu.

–¡No hanshi! –se apresuró a disculparse otro miembro de la padilla, Usui Fudo, mientras forzaba a Eita a inclinar su cabeza ceremonialmente frente a Ryūko –. ¡Él no quiso ofenderla!

Había sido una larga tarde en la que la joven del mechón rojo tuvo que explicar con gran detalle su completa relación (si es así como se puede llamar a sus constantes enfrentamientos) con Sanageyama a cada uno de los miembros de su pandilla. Ellos escucharon atentamente, hasta con admiración, cada una de sus palabras generando gran respetos y apreció por ella. Que Matoi Ryūko, una chica de la mitad del tamaño y peso que su líder, fuera capaz de ocasionar tales problemas era una inspiración para ellos y un modelo a seguir.

–Solo que no esperábamos que fuera una jovencita... –musitó otro de los jóvenes, Fukushima Haruto inclinándose también en una respetuosa reverencia.

–Especialmente, una tan bonita –agregó de último Mori Jiro, detrás de ellos con el rostro completamente sonrojado y una sonrisa de tonto enamorado.

Ryūko trató de ignorar el comentario, volviéndose nuevamente hacia la ventana y llevando su vaso con té a los labios. Era una cálida bebida sabor a menta que le asentó muy bien el estomago, pero el vapor que expedía empeoró el leve sonrojo en sus mejillas.

–Sin duda por eso, el jefe esta tan obsesionado con usted –comentó de nuevo Eita rascando su nuca.

–Yo definitivamente lo estaría... –comentó Jiro detrás de él.

–¡No sé que tanto están murmurando, bakas! –rugió Ryūko enseñando los colmillos haciendo que cada uno de los chicos de la habitación se arrojaran a su pies completamente asustados por su arrebato –. ¡Pero no es lo que se imaginan!

–Es que... Matoi-sama –dijo temerosamente Eita sin apartar su vista del suelo –si usted hubiera visto como el jefe la tría en brazos anoche. Como si fuera un valioso tesoro. Por eso lo primero que pensamos que usted era su novia.

–Había tanto amor en sus ojos...

–¡Urusai! –gritó Ryūko con rabia y completamente sonrojada haciendo que todos los miembros de la padilla se acobardaran en una de las esquinas de la habitación.

Los chicos no perdieron el tiempo, comenzaron a disculparse de todas las maneras posibles, tratando de calmar a la iracunda chica que los fulminaba con la mirada. Pero lo que ignoraban, era que detrás de la fusama, su líder podía escuchar cada una de sus palabras e igualmente les lanzaba la más terrible mirada asesina que podía, a pesar que sabía que ninguno de ellos lo podía ver.

–Por qué tiene que decirle eso... –masculló Sanageyama apretando sus puños y sus dientes.

El pobre joven de cabellera verde no tenía idea como las cosas se había complicado tanto. Sus palanes había sido tan simples: encontrar a Matoi, enfrentarla nuevamente y derrotarla en una heroica pelea. No esperaba que Matoi resultara ser la hermana menor de Satsuki-sama. Ahora no solo tenía que enfrentar probablemente el castigo de su líder, sino también a la chica del mechón rojo que se negaba en abandonar su casa.

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