Nada es simple

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–Mañana podríamos ir al parque de diversiones o al centro comercial sur –decía Mako mientras decidía las actividades del día siguiente –. ¿Tú qué piensas, Ryūko-chan?

–El parque me parece la mejor opción –contestó ella sonriéndole, aunque su rostro estaba oculto por las sombras de la noche, que levemente eran combatidas por la farolas de la calle.

Ambas chicas dieron vuelta a la última esquina antes de llegar a la casa de los Mankanshoku. Ya solo les faltaban tres casas para alcanzar su destino. Las jovencitas estaban cansadas por un día fuera de lo común, en el que se divirtieron e hicieron una nueva amistad.

– ¡Sí suena muy bien! –soltó Mako completamente emocionada, dando un brinco con cada paso–. ¡Será fantástico, comeremos algodón de dulce, subiremos a los juegos, vomitaremos y luego comeremos de nuevo! ¡No vamos a divertir mucho!

–Así es –le contestó Ryūko aunque no estaba muy segura de la parte de los vómitos. Finalmente alcanzaron la barda de madera que limitaba la casa de los Mankanshoku de sus vecinos y ambas chicas pudieron percibir uno leves quejidos provenientes del patio de la casa.

– ¿Eh? –murmuró Mako al captar los raros ruidos.

– ¿Qué será eso? –masculló Ryūko pasando la entrada principal de la casa pero no entrando al edificio, rodeó junto con Mako la vivienda llegando al patio trasero. Los chirridos continuaban escuchándose pero con mayor intensidad, unidos a unos leves susurros y chisporroteo de lo que parecía ser agua.

Prácticamente el corazón de Ryūko sale de su pecho con lo que se encontró en aquel raquítico y descuidado jardín. Mankanshoku Sukuyo estaba de rodillas en el suelo, con un gran balde de agua frente a ella donde bañaba a Senketsu a la fuerza. El conejo negro y carmesí estaba completamente aterrado, sus patitas chapoteaban el agua del balde salpicando en todas direcciones. Su único ojo estaba casi desorbitado demostrando el terror que sentía, lo cual era comprensible, ya que la dedicada ama de casa trataba de limpiarlo como si fuera una prenda de vestir.

Contemplando el horrible espectáculo estaban el esposo y el hijo de la mujer, murmurando entre ellos, y el perro de la familia corriendo en círculo alrededor.

–Oh...konnichiwa Mako, Ryūko –las saludó Sukuyo al percatarse de la presencia de las chicas –. Llegaron un poco tarde. El sol ya se ocultado.

Ryūko no dijo nada, estaba en shock.

–Es que fuimos a la zona comercial a pasear con una nueva amiga –comenzó a explicar Mako con calma –. ¡Resulta que no tendremos clases por una semana, porque otra escuela destruyó la preparatoria! –agregó muy animada.

– ¡Cielo santo! –soltó la mujer sin detener su tarea.

–Lamento escuchar eso por el joven Takarada –agregó Barazō.

–Que envidia, yo quisiera una semana libre de clases –dijo Mataro cruzando sus brazos sobre su cabeza.

Senketsu siguió chillando de desesperación.

– ¡¿Qué?! –finalmente estalló Ryūko cayendo de rodillas frente al balde con agua donde la señora Mankanshoku bañaba a Senketsu.

– ¿Qué sucede, linda? –le preguntó la mujer ante la reacción de la joven.

– ¡¿Señora, qué está haciendo?! –exclamó Ryūko alterada tratando de no perderle el respeto a la madre de familia.

– ¿Esto? Quise aprovechar el tiempo para darle un baño a tu mascota. Ryūko ¿Cuándo fue la última vez que lo bañaste? Olía muy mal, como si su pelaje se estuviera empapado del sudor de una persona.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora