Cambio de hábito

59 8 1
                                    

–Finalmente –soltó Kinagase Kinue exhausta dejándose caer pesadamente sobre el sillón de sala de la mansión Matoi.

A los lados de la mujer, se sentaron igualmente Mikisugi Aikurō y su hermano Kinagase Tsumugu, tomando cada uno su propio respiro. Después de largas jornadas de trabajo, por fin eran capaces de abandonar el laboratorio subterráneo al haber logrado su objetivo: la nueva fibra resistente a diferentes condiciones climáticas extremas era un hecho y justo en el tiempo propuesto. Era la mañana del martes, justamente tres días antes del plazo final para entregar el nuevo invento a su excéntrica patrocinadora.

–Por un momento pensé que no lo lograríamos –dijo Aikurō agotado extrayendo un cigarrillo de un paquete que llevaba en el bolsillo de su bata. Una vez encendido, expiró una gran bocanada de humo antes de dejar caer su espalda en el respaldo del sillón –. Necesito una horas de sueño –agregó frotando su ojos con sus dedos.

El cansancio los había abatido. En todo tiempo que había permanecido trabajando en el laboratorio, casi no había dormido, estaban mal alimentados y no tenían buen olor por la falta de baño.

Tsumugu palmeó el hombro de Aikurō sobre la cabeza de su hermana y con una señal de la cabeza le exigió al hombre un cigarrillo. Con una sonrisa picara, Aikurō le entregó a Tsumugu toda la cajetilla.

–Realmente, después de esto necesito una vacaciones –anunció Kinue recargando su cabeza en sus manos.

–Sabes –agregó Aikurō sin perder su sonrisa –, he escuchado que en estas fechas la playas nudistas son una maravilla.

Kinue y Tsumugu no pudieron evitar soltar una carcajada conjunta.

–Tú en una playa nudista ¿eh? –soltó Tsumugu sosteniendo el cigarrillo entre sus labios, mientras aproximaba el encendedor a su rostro –. No me lo quiero imaginar.

–Yo tampoco quiero imaginarlo –dijo Kinue aún riendo.

–Arg, vamos –se quejo Aikurō desapareciendo su sonrisa –, no sean así de crueles conmigo. Yo en cambio si los imagino en una playa nudista.

Ambos hermanos torcieron una mueca y una sombra oscura apareció en sus miradas.

–Ya es suficiente de playas nudistas –Kinue terminó la conversación dándole una palmada en las rodillas a ambos hombres a sus lados –. ¿Alguien desea algo de comer? Quiero ver que encuentro en la cocina que sea comestible; tal vez pueda preparar algo decente antes de ir a buscar a Ryūko a la casa de los Mankanshoku –agregó poniéndose de pie y encaminándose a la cocina.

–¿Podías preparar tamago kake gohan? –le preguntó Aikurō siguiéndola de cerca.

–Oi –masculló la mujer mirándolo sobre su hombro y sin interrumpir su marcha –. Ni siquiera sé si hay arroz.

–Pero yo quiero. Tsumugu también quiere...

–¡Aikurō, no este mintiendo por otras personas! ¡Eso es mala educación!

–¿Y por qué no le preguntas que desea él?

–¿Por qué? ¡Ni siquiera sé que hay para comer!

Las voces de ambos se fueron apagando en lo que se perdían en el corredor que iba en dirección a la cocina, dejando a Tsumugu en total silencio. El hombre soltó otra bocanada de humo y se reclinó contra el sillón que estaba sentado. Su vista se desvió hacia las escaleras que yacían detrás de él y conducían a la planta.

–Me pregunto qué querrá él de comer –murmuró pensando en el profesor Matoi, que se había huido a su habitación tan pronto terminaron su proyecto.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora