No more breaks

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Era un típico día de otoño en el exterior de aquel hogar. La ventisca fría de la temporada azotaba suavemente contra las ventanas cerradas de aquel hermoso cuarto, dentro del cual, la calefacción mantenía la temperatura perfecta para sus habitantes. Era un lugar enorme, lleno de muebles femeninos y animales de peluche, tal vez demasiado para una pequeña niña cuyo espíritu lleno de vida, que era aún más grande que esas cuatro paredes. Los muros estaban tapizados con delicados y perfectos adornos florales que combinaban con las largas cortinas de holanes. En el suelo de esa enorme habitación, había un gran tapete bordado con miles y pequeñas flores azules, y encima de este se encontraba una pequeña mesa redonda de té, donde dos linda hermanas jugaban con alegría.

A pesar de que sólo estaban ellas dos en aquel enorme cuarto, habían acomodado en cuatro sillas vacías varios osos y animales de peluche como invitados especiales a su fiesta de té. Era un día importante y debían celebrarlo a lo grande. La más pequeña de las dos acababa de recuperarse de un fuerte malestar y la mayor no quiso desaprovechar la oportunidad para poder compartir un momento de calidad con su querida y amada hermana.

Las dos niñas habían tomado muy en serio su papel y se habían vestido adecuadamente para la ocasión con uno bellos vestiditos que hacían juego; y uno de los criados les había preparado un té especial para ese día. La hermana mayor era una aficionada a ese tipo de fiestas y por ello, sus padres le habían regalado un exquisito juego de té de porcelana con el cual decidieron estrenar.

Como lo haría una dama en sociedad, la hermana mayor preparó las tazas sobre la mesa y con cuidado comenzó a servir el té caliente ante los ojos vivaces de la menor. Esta, no era tan paciente como su dedicada hermana y estaba ansiosa en su asiento por darle una mordida a esas deliciosas galletas que relucía tentadoramente en el centro de la mesa.

–Oneesan –llamó la más pequeña a la grande, pero estaba tan ocupada sirviendo el té a un conejo de peluche que no atendió su llamado –. Oneesan.

Al no obtener ninguna respuesta, la menor simplemente sucumbió a la tentación y tomó de inmediato un par de galletitas glaseadas, que no demoró ni un segundo en remojar en su taza. Pero lo que la pequeña ignoraba, era lo caliente que se encontraba el té; cuando sus pequeños dedos tocaron la superficie, rápidamente soltó un alarido de dolor.

–¡Ryūko! –bramó inmediatamente la mayor viendo a su pequeña imooto llevarse sus deditos quemados a su boca –. ¿Qué paso? –dejo la tetera de porcelana en la mesa para poder tomar la mano de su hermana y contemplar con cuidado el daño –. ¿Por qué no esperaste? ¡El té está muy caliente, Ryūko!

Los ojos de la pequeña se llenaron de lágrimas y su naricita comenzó a resonar con la amenaza del llanto.

–¡Go- gomme-nasai, oneesaaaaaan! –finalmente soltó en lagrimas acompañado de un largo alarido.

Inmediatamente Satsuki la abrazó con fuerza, sujetando el rostro de Ryūko contra su pecho. La pequeña no se detuvo en sus sollozos y con sus manitas, estrujo los holanes del vestido de su hermana, pero el calor que esta emanaba y sus suaves caricias a su cabello, lograron calmar su dolor.

–Ya paso, Ryūko –le dijo Satsuki apartando las lágrimas de las mejillas de su imooto –. Ya no llores.

La menor tenía la nariz sonrojada, las mejillas coloradas y los ojos lagrimosos; no dijo ninguna palabra, solo débilmente asintió la cabeza, extendiendo sus deditos heridos a Satsuki para que lo viera mejor.

–No te preocupes –le dijo Satsuki dándole unos besitos a los dedos de Ryūko –. Van a sanar. Yo misma me ocupare de ellos... yo siempre estaré ahí para cuidarte...

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora