No happy place

53 4 0
                                    

La vida en la mansión Kiryūin resultó más tediosa y horrible para la pobre de Matoi Ryūko de lo que había imaginado en un principio. Los siguientes días a su llegada, la joven los pasó generalmente metida debajo de la colchas de la cama, como si esta fuera una especie de barrera que la protegiera de cualquier mal. Ryūko aún se encontraba bajo los efectos del anestésico y su cuerpo seguía débil para defenderse u ofrecer pelea, lo cual la dejaba en una posición muy delicada que no le agradaba en lo más mínimo.

Ryūko, quien era tan autosuficiente e independiente, se sentía atrapada y no solo por las paredes de la habitación donde estaba encerrada, sino también por la debilidad de su cuerpo. Deseaba más que nada en el mundo de estar con la familia Mankanshoku y el resto de sus amigos. Le costaba creer que apenas un par de días atrás, estaba a punto de regresar a la escuela como cualquier otra chica de su edad. En ese momento veía ese sueño muy lejano.

Los primeros días de su encierro fueron casi completamente solitarios, con excepción de un par de sirvienta que le llevaban las tres comidas del día. La soledad en que se encontraba le dio, el suficiente tiempo para tratar de quebrantar los cerrojos de la puerta, o forzar los barrotes de las ventas. Pero cada uno de sus intentos resultó inútil; poco a poco dejo de intentarlo.

Además, perdió el gusto de mirar a través de las ventanas. Cada vez que lo hacía y su vista se enfocaba en los rosales que crecían bajo su habitación, sufría de la peculiar sensación de nostalgia, como sí mucho tiempo atrás hubiera estado justamente en ese mismo punto, mirando por el cristal. Tanto que tenía el presentimiento que se toparía con la visión de una niña de cabello largo y oscuro junto a las rosas, en compañía de su padre.

Pero era solo su imaginación.

Y había otra razón por la cual había dejado de mirar por las ventanas, y se debía a que en el jardín donde crecían los rosas, generalmente se topaba con la presencia de Harime Nui cortando las flores.

Pero eso no pudo alejar por siempre a la joven rubia, ya que un par de días después, comenzó a hacer guardia en la puerta de su habitación, mientras la llamaba melosamente hasta hacerla enfermar.

–Vamos Ryūko-chan... –podía escuchar su voz desde el otro lado de la madera – yo sé que también me extrañas.

–¡Vete al diablo! –se volvió su respuesta favorita.

–Puedo escuchar esas horribles palabras, pero sé lo que en realidad quieres decir. Y es que estás feliz de estar con nosotras.

–¡Púdrete! –le gritó Ryūko, quien no podía creer que extrañaba la soledad de los primeros días.

Por suerte para la joven de mechón rojo, había una razón desconocida para ella, por la cual Nui aún no había intentado meterse en la habitación. Y estaba agradecida por ello. Ryūko podía asegurar que se debía a un tercero, el cual no obedecía los deseos de la rubia; quienquiera que fuera, Ryūko siempre estaría en deuda con esa persona.

Pero, a pesar de su misterioso protector, un día en particular Nui descubrió la manera de colarse al cuarto de Ryūko. Al disfrazarse con el uniforme de una de las sirvientas y una peluca, engañó completamente a los empleados y se introdujo a la habitación de la chica del mechón rojo durante la hora de la comida. Era de esperarse que intentara de nuevo una jugarreta por el estilo, cuando tiempo atrás nadie la había reconocido con su disfraz de Nagita Shinjirō.

–¡Tada! –se reveló Nui una vez dentro del cuarto, quitándose la peluca que llevaba puesta –. ¡Era yo todo el tiempo!

–¡¿Qué carajo?! –fue lo único que alcanzó a articular Ryūko antes de que Nui se abalanzara sobre ella y la derribara de la cama.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora