Lo recordaba como un cuarto horrible, con el desagradable aroma a estéril y medicamentos. Era un lugar de dolor y sufrimiento al cual no deseaba regresar, pero siempre lo hacía. Ryūko a penas era una niña pequeña, sentada en una fría mesa de metal en la inmensidad de aquella pavorosa habitación que la hacía sentir aún más diminuta. Las personas que se encontraban ahí, en lugar de provocarle seguridad la atemorizaban más con su indiferencia y sarcásticos comentarios que intentaban ser graciosos.
La pequeña niña se sujetó con fuerza sus rodillas contra su pecho y miró de reojo su alrededor. Todo el instrumental médico se volvía ante sus ojos en espeluznantes aparatos de tortura y, las enfermeras y médicos en crueles carceleros e inquisidores. Casi temblando, Ryūko murmuró para sus adentros una súplica.
No sabía a quién, tal vez a un hada de los cuentos o un ángel protector. Pero ninguno acudió a sus peticiones, igualmente que en ruegos que había realizado en el pasado, y no sería diferente en esa ocasión. Aún así lo seguía haciendo, porque en el fondo estaba convencida de que existía una persona que la podía proteger de todo ese mal, solo que había olvidado de quien se trataba.
Pero el tiempo se le había acabado para Ryūko, uno de los doctores se volvió hacia ella empuñando la más horrible y enorme aguja, y tenía la intención de clavarla en su pequeño y delicado brazo. El miedo llenó el corazón de la niña quien rápidamente trató de escabullirse de la mano del médico, pero para su desgracia, las enfermeras no perdieron un segundo en sujetarla contra su voluntad. Ryūko chilló y lloró, pidiendo que alguien le ayudara, pero nadie acudió a su llamado. Entre la gente que la rodeaba pudo distinguir la silueta inconfundible de su padre en el fondo de la habitación.
–¡Otoosan! ¡Otoosan! –lo llamó la niña, una y otra vez, pero el hombre sólo le dio la espalda descaradamente e ignoró el llanto de su hija.
Nadie iba a ayudarle, estaba sola. Siempre estaba sola.
–¡Ryūko!
Sólo podía contar consigo misma y con nadie más.
–¡Ryūko!
A pesar que en el fondo... algo le decía... que había...
–¡Ryūko! ¡Ya levántate!
La chica finalmente salió de su sueño y abrió pesadamente sus párpados ante los llamados que venían desde la puerta su habitación. Poco a poco, sacó su cabeza con su cabello enmarañado entre las colchas de su cama, para poder ver a la persona que tanto pedía su atención.
–Ya es hora que te levantes, dormilona –dijo Kinue con una sonrisa desde la puerta.
–No quiero –se quejó Ryūko volviendo cubrir su cabeza con las mantas.
Kinue empujó a un lado la puerta al escuchar las palabras de Ryūko, sus pasos retumbaron contra en el piso al aproximarse a la cama de la joven. La mujer se sentó al borde de esta y descubrió la cabeza de Ryūko de entre las colchas.
–Vamos, no seas perezosa. Sé que no tienes clases, pero no es motivo para que te quedes dormida hasta tarde.
–A mí me parecer una buena razón –la contradijo Ryūko tratando nuevamente de cubrirse con las mantas.
–Hice tu desayuno favorito –un tentó Kinue frotando sus hombros.
–Arggggg –gruñó Ryūko rindiéndose ante la presión –. De acuerdo, ya me levanto.
–Perfecto –agregó Kinue poniéndose de pie y alzado del piso al conejo mascota de la joven, para dejarlo sobre las mantas –. Y no olvides traer a Senketsu.
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Remembranzas vivas
Fiksi PenggemarEn un universo alterno en que no existen las fibras vivas, Ryuko y Satsuki fueron separadas de niñas. Con el cumpleaños dieciocho de Satsiki se revela el mayor secreto que su madre le ha ocultado por años y descubre que la persona que más la detesta...