Lo que yo quiero

91 13 4
                                    

Había sido una hermosa tarde de verano. Satsuki practicaba en el jardín de la mansión Kiryūin los nuevos movimientos de la espada que había aprendido con su instructor de kendo. La jovencita sacudía la shinai una y otra vez, dejando escapar de sus labios el nombre del movimiento. A su lado, el instructor observaba su gran progreso. No hacía más de una semana que Satsuki había tomado por primera vez la espada de madera y ya la manejaba casi como un estudiante avanzado. La niña de tan solo once años era todo un prodigio como se rumoreaba.

La práctica se extendió durante horas, en las cuales, Satsuki se negó a tomar descansos. Comenzaba el atardecer cuando el instructor pensó que era buen momento para terminar por ese día. Estaba por pedirle a la joven que se detuviera, cuando su madre, Kiryūin Ragyō hizo su aparición en el jardín.

–Konnichiwa, Watanabe-sensei –dijo la mujer endulzando su voz. Tanto la hija como el instructor se volvieron para saludarla.

–Konnichiwa, okaasan.

–Konnichiwa, Ragyō-sama –dijo el hombre con una descarada sonrisa mientras sus ojos subía y bajaban por el cuerpo de la madre sin disimulo. Ragyō disfrutó ese coqueteo, como había disfrutado las habilidades del instructor en el colchón.

– ¿Cómo va mi pequeña, Satsuki? –agregó acercándose a su hija y posando su mano sobre el tope de su cabeza.

–Excelente –dijo el instructor sin mentir –. Es una estupenda alumna.

– ¿Has dado todo de ti, corazón? –le preguntó ahora a la niña deslizando su mano desde el tope de la cabeza de Satsuki hasta su babilla, forzándola a alzar la mirada a ella.

–Sí, okaasan –respondió Satsuki con seriedad mirando directamente a los hermosos ojos de su madre.

Por unos segundos se miraron en silencio, como si Ragyō quisiera devorar el alma de Satsuki con la mirada y la niña se defendiera con la suya.

–Creo que ha sido una práctica excelente la de hoy –interrumpió el instructor a madre e hija sin percatarse de la batalla que se libraba entre ambas –. Terminamos por ahora, pero mañana seguiremos con unos movimientos más avanzados.

–Hai, sensei –dijo Satsuki apartando la vista de su madre.

–Es mejor que me retire –agregó el hombre inclinándose en una reverencia –. Ragyō-sama. Satsuki-sama.

El instructor puso su shinai sobre los hombros listo para retirarse, cuando Ragyō lo detuvo sujetándolo del codo.

–Watanabe-sensei –lo llamó la mujer con un seductor tono de voz –. Antes que se vaya, me gustaría informarle que hay unos problemas con la información que... me proporcionó el día en que lo contrate. Creo que será necesario que lo entreviste de nuevo... solo, para estar convencida de sus... habilidades.

La cara de instructor cambio de una expresión de sorpresa, a una mirada cómplice.

–Cuándo usted desee, Ragyō-sama.

–Perfecto –agregó la mujer recorriendo su dedo índice por el musculoso pecho descubierto del instructor por la yukata semi-abierta –. Yo me pondré en contacto con usted.

Satsuki miró a ambos adultos en silencio sin cambiar su semblante de seriedad, pero dentro de ella ardía una furia contra su madre y su sensei. No hubiera sido necesario tantos falsos diálogos, ella sabía a la perfección que su madre se había acostado con su instructor y que pretendía hacerlo de nuevo.

Cuando el hombre finalmente dejó de coquetear y se marchó, Ragyō desistió de morder la uña de su dedo pulgar para volverse hacia Satsuki.

– ¿Adivina qué, querida?

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora