Oneesan

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La mansión Kiryūin se encontraba increíblemente desierta. Ni un alma era visible. Los empleados estaban ausentes así como delicado murmullo que indicaba que ese lugar era habitado. Sin ellos, la mansión se sentía completamente fría e inclusive tétrica, tanto que Ryūko no pudo evitar sentir un terrible escalofrió recorrer su espalda.

Tal vez había sido un error ir.

–¡Hola! –llamó la joven a todo pulmón recorriendo el lobby y dirigiéndose a la sala de estar contigua a la escalera –. ¡Hola! ¿Hay alguien? –continuó llamando sin obtener ningún tipo de respuesta –. ¡¿Satsuki?! ¡¿Dónde están todos?!

Pero solo obtuvo silencio como si no hubiera nadie.

Entonces ¿Quién le había abierto la puerta?

La sensación de inseguridad aumentó en joven del mechón rojo, quien prefirió sacar una de sus espadas rojas de su estuche y retírale la saya solo por si acaso. Ryūko continuó su recorrido por la habitación con el arma en manos, caminó entre los largos y finos sillones hasta alcanzar la chimenea al fondo que se encontraba apagada en ese momento.

–¡Hola! –llamó una última vez girando sobre sí misma sin obtener ninguna respuesta. Resignada y sin comprender que había sucedido, Ryūko se dio media vuelta y caminó en dirección de la puerta para abandonar aquel lugar lo más pronto posible, cuando se topó con un objeto tirado en el suelo. Lo cual era raro, ya que en la mansión Kiryūin se mantenía un fuerte régimen de limpieza.

Al tomarlo en sus manos, Ryūko se dio cuenta que no se trataba de un papel como se imaginó en un principio por su forma cuadrada, y que en realidad era una fotografía. Al volverla de cara a ella, soltó un leve suspiro en sorpresa por la imagen con la que se encontró. Era una fotografía de toda su familia. Rápidamente pudo reconocer su pequeña figura siendo cargada en brazos por una versión muy joven de su padre y a la cual no estaba acostumbrada; a su lado seguía Ragyō, obviamente con algunos años menos pero igualmente hermosa. La mujer llevaba a un pequeño bulto cargado del que se podían distinguir sus risos rubios, sin duda se trataba de Nui. Y por último, una pequeña Satsuki, apoyada sobre una mesa donde resaltaba un delicioso pastel de cumpleaños y muchos regalos. Todos sonreían a la cámara como si fueran una verdadera familia feliz.

Pero no lo eran.

Era una farsa que siempre interpretaron delante de otros, como lo había sido la fiesta de hacia unas noches. Ryūko sabía todo esto, porque la imagen en cuestión le trajo recuerdos a la mente y entre ellos destacaron los maltratos de su madre, los cuidados de Satsuki, la cara preocupada de su padre y el llanto de Nui.

Y hablando del diablo:

–Éramos lindos ¿verdad? –dijo la joven rubia apareciendo detrás de Ryūko, quien estaba completamente absorta en la imagen en sus manos y al escuchar la voz de Nui detrás de ella, dio un brinco hacia adelante y tomó posición defensiva alzando su espada –. Una autentica familia feliz –agregó Nui con una gran sonrisa ante la reacción de su hermana, pero manteniendo sus manos detrás de su espalda.

–Eres tú –soltó Ryūko después que pudo recuperar el aliento, por un breve segundo se relajó, pero recordando bien de quien se trataba, volvió a tomar posición defensiva –. ¿Dónde está Satsuki?

Nui respondió su pregunta soltando una leve risita.

–Vaya que nunca aprendes tontita –agregó dando unos pasos hacia adelante, obligando a Ryūko dar un par en dirección contraria –. Una vez te engañé para que cayeras en una trampa solo prometiéndote información sobre Satsuki –Nui entrecerró la mirada – y de nuevo lo has hecho.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora