El día en que empieza

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Las mañanas iniciaban temprano en el hogar de lo Mankanshoku, Sukuyo siempre era la primera en levantarse ya que debía tener el desayuno listo para toda la familia, antes de que sus hijos fuera a la escuela. Su esposo la imitaba al abrir a primera hora su clínica clandestina; la madrugada era cuando los ebrios de la noche anterior despertaban en algún basurero con algún golpe el cual no sabían cómo lo obtuvieron, y Barazō quería atenderlos antes que nadie, para que en la resaca les pudiera quitar la mayor cantidad de dinero posible.

Aquella mañana, Mako madrugó al igual que sus padres. La chica contaba con un solo uniforme escolar y la noche anterior su madre lo había lavado; Mako tenía que plancharlo antes de desayunar y prepararse para ir al colegio. Por ello, Ryūko fue la última en despertase, nunca había sido una pájaro madrugador y el hecho de encontrarse en la casa de otras personas no cambiaba sus costumbres. En cuanto Mataro, había fingido dormir mientras esperaba a que quedaran él y la amiga de su hermana solos en la habitación que servía como dormitorio familiar.

Tratando de no hacer ruido, Mataro se arrastró entre los futones hasta alcanzar a Ryūko. La chica yacía extendida boca arriba sobre las colchas, con las ropas desacomodadas por el contante rodar durante la noche. Senketsu estaba a su lado, pegado contra la cadera de Ryūko, también boca arriba y profundamente dormido.

Una sonrisa maliciosa apareció en los labios de Mataro en lo que extendió la mano sobre el cuerpo de Ryūko. Tomó bastilla de la playera que usaba la chica para dormir, con la intención de descubrirle los senos. Con cuidado, el chico comenzó a subir la camiseta sobre el torso de Ryūko, mientras su rostro iba adquiriendo un tono rojizo y cuando había alcanzado el principio del pecho de la chica, la mano de Ryūko se cerró alrededor del cuello de Matao asfixiándolo.

– ¡Maldito mocoso pervertido! –gritó Ryūko dándole una paliza a Mataro. Cuando la chica terminó con él, éste terminó tirado sobre el piso de la habitación con el labio partido, el ojo morado, el cuerpo magullado y un chichón en la cabeza –. Te crees muy listo ¿verdad, cabrón?

Mataro balbuceó unas palabras ilegible en su defensa. Ryūko lo tomó de cabellera y de la banda de sus calzoncillos, y lo cargó hasta la puerta corrediza de la habitación.

– ¡Lárgate de aquí, imbe...! – Ryūko estaba por lanzarlo a travez de la puerta, cuando se topó con Barazō parado del otro lado, espiando por una rendija. Guts el perro de la familia estaba a sus pies paralizado al igual que el hombre al verse descubiertos.

–Yo... solo estaba... vigilando que Mataro se portara bien –se excusó Barazō inútilmente.

– ¡COMO SI ME CREYERA ESA PÉSIMA MENTIRA, PAR DEPRAVADOS! –bramó Ryūko, roja y furiosa, lanzando a Mataro contra su padre, y ambos (incluido el perro) salieron despedidos hacia atrás varios metros.

– ¡Los sentimos! –gritaron ellos mientras el impuso los alejaban de la habitación.

Ryūko cerró las puertas de golpe aún encolerizada, que del impacto casi las parte en dos. Durante el resto de la mañana, Barazō y Mataro no tuvieron el valor de volver a mostrarse ante Ryūko. Sukuyo y Mako no les resultó extraño el comportamiento del padre e hijo, ya que se había vuelto normal que Ryūko los golpeara hasta la inconsciencia ante su constante acoso.

Después del delicioso desayuno que había preparado la señora Mankanshoku, Ryūko y Mako se marcharon finalmente a la escuela, con Senketsu de nuevo escondido dentro del maletín de su dueña. El enojo de Ryūko continuó presente la mayor parte del recorrido, manteniendo a la chica en silencio.

–Estas muy callada, Ryūko -chan –dijo Mako extrañada con su amiga –. ¿Fue mala noche? ¿No soñaste con los angelitos?

–Fue más que una mala noche –contestó Ryūko rascándose la parte detrás de su cabeza, pensando en la pésima forma en que había despertado.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora