La carta de Sōichirō

65 7 0
                                    

– ¡Todo esto fue tu culpa!

– ¿Por qué mía? ¿Acaso no fuiste tú la que tomó la responsabilidad de los banderines?

– ¡Me abría percatado de la ausencia de la bandera, si hubiera recibido el apoyo necesario! ¡En cambio te ocultaste detrás de tu computadora, perrito!

–La única razón por la que me mantuve alejado de la organización del evento fue porque tú, querida serpiente, estabas siendo todo un dolor en trasero al respecto.

– ¡Ten cuidado perro de no morder más de lo que puedes!

–Y tú, guarda tu lengua bífida antes de que la muerdas por hablar de más.

Jakuzure Nonon pataleó el suelo haciendo un berrinche, pero Inumuta Hōka no se dejo intimidar ni por un segundo. La situación se había puesto mucho más grave de lo había iniciado: el evento fue todo un fracaso y solo se consiguió la humillación de conglomerado Kiryūin a nivel nacional, en lo que hubiera sido su entrada al mercado de uniformes escolares. Para aumentar la desgracia, se había alcanzado televisar el momento preciso de la interrupción de Takarada Kaneo antes de que se apagaran las cámaras, y algunos habían captado en su celulares la escena, que ahora rondaba sin control por el ciber espacio.

Las cosas no podían empeorar más para Kiryūin Satsuki. La joven se había resignado a su desgracia y se daba cuenta que lo único que podía hacer, era una contención de los daños. Necesitaba idear un plan rápido y efectivo lo más pronto posible.

A pesar del ruido provocado por sus subordinados en la sala del consejo, Satsuki se mantenía pensativa contemplando en silencio la imagen en las pantallas, que revelaban la escena exacta cuando Takarada era azotado en el trasero con la bandera de Honnōji. Su estrés era tal, que ni podía sentarse en su trono, que solo era ocupado por un dormilón Junkensu.

Las puertas de la sala se abrieron de par en par, callando de inmediato el gran arrebato en que se encontraban Inumuta y Jakuzure, dando paso a dos nuevas figuras a la habitación.

–Lo encontré –anunció Iori Shirō apoyado su mano en el gran brazo de Gamagōri –. Paso toda la noche atrapado en un almacén de escobas.

El aspecto de Gamagōri era pésimo y apestaba a trapeador mojado. El gigantesco joven lucía un chichón de proporciones monstruosas en la cabeza y su ropa estaba hecha girones. Pero lo más pesimista de su semblante era su cara, que mostraba su decepción consigo mismo. Gamagōri Ira se sentía de lo peor de su vida. Había fallado en su labor y defraudado a su señora Satsuki; estaba consumido por la vergüenza y no había más que deseara que desaparecer en ese momento.

Gamagōri Ira siempre fue un joven de convicciones fuertes y temperamento firme. Nunca aprobó las injusticias y su sentido de honor siempre iba de la mano con sus deseos de ayudar a otros. Desde muy pequeño fue el héroe del desvalido y en la secundaria era conocido por ser el más servicial de todos, fue por ello que fue nombrado el presidente del consejo estudiantil.

Pero todo cambio rotundamente cuando Kiryūin Satsuki entró a la misma academia. Él se encontraba un grado más adelante, pero aún así no pudo hacer nada contra la mano de hierro de la recién llegada que tomó para sí la escuela secundaria. En un principio, Gamagōri no vio diferencia de ella al resto de los brabucones de la escuela, que por lo cual no tuvo inconveniente de enfrentarla.

Su mundo cambió cuando conoció bien a Kiryūin Satsuki, quien en lugar de tratar de alterarlo o comprarlo, lo elogió por sus convicciones. Satsuki no intentó aplastarlo, ni obligarlo a arrodillarse ante ella como lo había con muchos otros seres insignificantes; en lugar de ello, le dio un lugar siempre a su lado y Gamagōri juró que eso nunca cambiaría.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora