Corazón seco

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Unos golpes a la puerta la levantaron.

Matoi Ryūko se desperezó en su cama, sacando su cabeza melenuda entre las colchas. El sol que se colaba entre las cortinas le quemó levemente las retinas obligándola a soltar un gemido y ocultarse nuevamente bajo estas.

Pero los golpes en la puerta de su departamento no se detenían.

–¡Kinue tocan a la puerta! –exclamó desde debajo de sus colchas –. ¡Kinue! ¡La puerta!

Pero no hubo respuesta.

Comenzado a fastidiarse con el constante sonido, Ryūko sacó un brazo entre las sabanas y tomó su teléfono celular de su mesita de noche pegada a su cama. Debido al intenso brillo de la pantalla, tuvo entre cerrar los ojos para poder confirmar que tan solo eran las nueve de la mañana del sábado.

Extrañada por la falta de respuesta por parte de Kinue y los golpes incansables a la puerta que no se detenían, la joven del mechón rojo finalmente se animó a salir de su cama a pesar de encontrarse medio dormida.

Su aspecto delataba su condición momentánea: su cabello estaba enmarañado, vestía un pequeño pantalón corto amarillo con aves de corral mal dibujadas y una blusa de tirantes que hacía juego.

Dejando la comodidad de su cama, como a su leal mascota Senketsu que dormitaba a gusto bajo las colchas, la chica arrastró los pies por toda su habitación hasta alcanzar la puerta que la conectaba con el resto del departamento.

–¡Kinue! –la llamó nuevamente sin obtener respuesta. Sus ojos entre cerrados escrudiñaron toda la sala, el pequeño comedor y a la cocina, sin encontrar rastro de la mujer.

Y los golpes en la puerta continuaban.

–¿Kinue? –Ryūko asomó la cabeza a traves de la puerta de la habitación de la joven, sin lograr encontrarla. Todo estaba perfectamente ordenado, inclusive su cama estaba tendida como si nunca hubiera dormido en ella.

Poco a poco la extraña situación fue despertando a la joven del mechó rojo: ¿Dónde estaba Kinue? Era sábado, ella descansaba los sábados. ¿Adonde iría tan temprano en su día de descanso?

Se preguntó si Kinue habría quedado en la mansión Matoi trabajando hasta tarde, algo que ocurría muy seguido. Pero casi siempre, en esas ocasiones la llamaba para avisarle que no llegaría a casa, y no sabía nada de Kinue desde la mañana del día anterior. Incluso la última vez que hablaron, esta le dijo que llegaría tarde y que posiblemente no la alcanzaría a ver despierta, pero que tendrían todo el día siguiente para estar juntas.

Como el sonido de la puerta no se detenía, refunfuñando para sí, Ryūko arrastró los pies hasta la entrada del departamento gruñendo:

–¡Ya voy!

¿Quién molesta tan temprano en la mañana?

Por un memento pensó que tal vez se trataría de Kinue, que habría olvidado sus llaves y no podía entrar en el departamento. El gusto de aquel pensamiento se desvaneció inmediatamente de la cabeza de Ryūko cuando descubrió al otro lado de la puerta a dos oficiales de policía. Y no eran cualquier, ella los conocía, ya que casi siempre eran los mismos que la llevaban a casa cuando la atrapaban en problemas.

–Son ustedes –musitó desganada –. No sé qué les habrán dicho, pero les puedo asegurar que no he sido yo –se apresuró a explicar la chica antes de que los oficiales le revelaran la razón de su visita –. Tengo mucho tiempo sin meterme en problemas.

–Matoi, no eso...

–¿Oi? ¿Entonces que quieren?

–Bueno... creo que sea mejor que entremos...

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