Buenos días

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Kill la kill tiene su dueños respectivos, el propósito de este escrito es solo el de entretener. Así que, por favor no me demande.


Knock!!! Knock!!! Knock!!!

Golpearon la puerta tres veces, pero nadie respondió.

Knock!!! Knock!!! Knock!!!

Una figura envuelta en las sabanas de la cama dejo escapar un gruñido de desaprobación.

Knock!!! Knock!!! Y la puerta se abrió con un leve chirrido, pero la bella durmiente siguió sin moverse.

– ¿Ryūko? –dijo Kinue desde la puerta, pero la adolecente seguí sin responder. La mujer se aproximó a la cama y se sentó en una de sus orillas –. Ryūko, hora de levantarse –insistió ella frotando la espalda de la joven.

–Cinco minutos más –murmuró ella desde debajo de las sabanas.

–Vamos, llegaras tarde a clases.

–Me importa un bledo.

–Hice panqueques de desayunar.

–Argggg –gruñó Ryūko antes de retirarse la sabana de la cabeza revelando su oscura y revuelta cabellera –. Te odio –agregó dirigiéndose a la mujer a su lado.

–Date prisa, o se enfriará –insistió Kinue sonriéndole al levantarse y dirigiéndose hacia la puerta.

–Está bien, oneesan.

En completa pereza, Ryūko salió completamente de entre las sabanas de su cama; soltó un bostezo y estiró tanto sus brazos como piernas.

–Todavía tengo sueño –murmuró para sí mientras posaba sus pies en el suelo. Su dedo pulgar topó con algo peludo y caliente que la alejó de sus ensoñaciones. A sus pies, junto a su cama había una masa peluda de negro azulada y con mechitas carmesí. Ryūko sonrió mientras agachaba para tomar en sus brazos aquella bola de pelos.

–Buenos días, Senketsu –saludó al conejo en sus manos. El roedor, con los ojos cerrados, se estiró toda su longitud debido a la gravedad y su pequeño hocico embozó un leve bostezo –. ¿Qué paso? ¿Acaso volví a tirarte de la cama? Lo siento, gordo dormilón – agregó ella frotándole la nariz con su dedo indicie, lo cual respondió Senketsu mordiéndola en el dedo hasta sacarle sangre.

–Auch –musitó ella alejando su dedo del conejo que seguía con los ojos cerrados –. ¿Por qué siempre tienes que hacer eso? –le preguntó a sus mascota antes de dejarla de nuevo en el suelo –. Eres una molestia –agregó dándole un leve puntapié con los dedos, pero el animalito volvió a hacerse un ovillo.

Ryūko no pudo evitar contener una sonrisa. Le era difícil enojarse con esa bola de pelo y grasa, era su compañero después de todo. Desde que lo adoptó cuando era una cría de un refugió de animales, siempre estaba a su lado y lo llevaba a todas partes; Senketsu se había acostumbrado tanto a eso, que inmediatamente saltaba a su maletín, mochila o chaqueta cuando ella anunciaba su salida. La joven observó de nuevo su dedo y notó que la pequeña herida había dejado de sangrar. Ryūko tenía marcados todos sus dedos de cicatrices a causa de las mordidas constantes de Senketsu; en realidad, desde el primer momento en que lo sujetó en el refugio, la había mordido en el dedo gordo. Con el paso del tiempo dejo de importarle el comportamiento compulsivo de su mascota.

Dejando a Senketsu dormir un poco más, Ryūko finalmente se levantó de la cama, sin perder la pereza. Se cambió de su piyama al uniforme y peinó con desanimo su alborotada melena. Cuando terminó de arreglarse, se contempló con detenimiento al espejo donde su reflejo le devolvió una mirada desinteresada.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora