–Ya paso una semana completa ¿aún no quieres hablar de lo que sucedido?
–Voy a llevármelo a la tumba.
A pesar de sus ásperas palabras, Kinagase Tsumugu sabía que era una exageración el comportamiento de Mikisugi Aikurō. Ambos hombres se encontraban en la cocina de la mansión Matoi, sentados a la mesa en extremos opuestos. El joven hombre de cabellera azul estaba recostado contra la superficie de madera con la cabeza escondida entre sus brazos por vergüenza; mientras que el hombre del peinado mohicano fumaba con calma un cigarrillo y miraba a su colega por el robadillo del ojo. Aquella actitud que se había apoderado de Mikisugi desde su regreso, junto con Kinue, del congreso de la capital.
Según lo que había comentado Kinue, el evento había sido muy entretenido e ilustrativo con tantos expositores; la presentación que ellos efectuaron resultó increíblemente exitosa y habían obtenido el premio al mejor descubrimiento del todo el congreso. Con ese éxito, se había abierto las puertas para el cuerpo de trabajo del profesor Matoi en las mayores universidades del mundo.
Pero el único que aparentemente no disfrutó el viaje fue el mismo Aikurō, por un encuentro bastante perturbador que sufrió en el chalet de Takarada Hina. Los exactos detalles del sucedo seguía siendo un misterio ya que él se negaba a relatarlos, pero según la misma Kinue, eran para morir de risa.
–Tampoco es de mi gran interés saberlos –comentó Tsumugu apagando su cigarrillo en su taza con te, antes de encender uno nuevo.
–Todavía me da pesadillas –confesó Mikisugi levantando levemente la vista de entre sus brazos dejando visibles las terribles ojeras debajo de sus ojos.
Su sola mirada vacía, lo decía todo, una que delataba los horrores que había presenciado.
La puerta de la cocina se abrió dando paso a Kinue luciendo su blanca bata de laboratorio sobre su ropas. Ambos hombres volvieron sus vista a hacia ella como si hubieran presenciado un fantasma. Desde lo sucedido con las hijas del profesor Matoi, especialmente con Ryūko, Kinue seguía solidaría a ella y se mostraba fría e indiferente hacia su jefe y rara vez ponía pie en la mansión, por lo cual verla en la misma en su uniforme de trabajo resultaba completamente extraño. Ella se percató de las curiosas miradas que le lanzaban los dos hombres en la habitación, pero sin el interés de contestar alguna pregunta, simplemente los ignoró y caminó derecho al refrigerador mientras decía:
–¿Qué pasa? ¿Aikurō sigues llorando por lo que sucedió en el chalet de Takarada-sama?
–¡No te atrevas a decirlo! –le gritó el hombre de cabellera azul completamente ciscado levantándose de golpe de su asiento.
Tsumugu rió por debajo.
–De acuerdo –aceptó Kinue cerrando la puerta del refrigerador al no encontrar nada interesante dentro de este –. No diré nada más al respecto.
–¡Nunca! –tajó Mikisugi señalándola un dedo amenazador mientras su rostro se contorsionaba con pánico y desesperación –. Además tú eres la culpable de que sucediera –trató de recobrar la compostura pasando su mano por su cabellera –. ¿Por qué tuviste que abandonarme? –agregó de ultimo con las manos en la cintura.
–Ni muerta me hubiera quedado a ver eso –soltó Kinue en burla, generando otra carcajada en su hermano y un puchero en Aikurō –. ¿Qué quieren que prepare de cenar? –cambió de tema dando una leve palmada.
De nuevo una expresión de duda se apoderó del rostro de los dos hombres en la habitación.
–Y se podría saber ¿por qué ahora estas tan alegre... –le preguntó Aikurō con cuidado de no tocar un tema sensible – y en la mansión?
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Remembranzas vivas
FanfictionEn un universo alterno en que no existen las fibras vivas, Ryuko y Satsuki fueron separadas de niñas. Con el cumpleaños dieciocho de Satsiki se revela el mayor secreto que su madre le ha ocultado por años y descubre que la persona que más la detesta...