Acto ilegal

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Había sido otra noche de desvelo para el sargento Inumuta, sumergido en papelería y archivos empolvados. Había secuestrado una sala del precinto como su propia guarida privada, donde las declaraciones escritas, fotografías y miles de documentos estaban distribuidos por todos lados, paredes, pizarras y mesas, en un delicado orden que solo el oficial podía comprender.

Había creado una impecable obra maestra donde se organizaba por fechas y actos, la completa historia conocida de la familia Kiryūin.

Junto a él, había otros dos subordinados que habían caído dormidos por el esfuerzo, cansancio y la mala alimentación. En el suelo a sus pies, se encontraban los contenedores desechables de la comida instantánea y el ramen del cual había estado sobreviviendo los últimos días.

Pero aquellas limitaciones no detenían el espíritu del sargento o tal vez era su completa terquedad y orgullo herido. Estaba decidido en descubrir lo que tan imponente familia ocultaba y no permitiría que nada, ni siquiera sus propias necesidades físicas, lo detuvieran.

Ya habían pasado varios días consecutivos sin regresar a casa, y a los suaves brazos de su comprensiva esposa. La pobre mujer estaba tan acostumbrada a su ausencia que solía llenar el vacío con pesados cargos a sus tarjetas de crédito. Una formula hipócrita que había mantenido con vida su falso matrimonio.

El sargento llevaba horas de pie, con la mirada perdida en la pizarra, donde había colocado con cuidado y en perfecta organización, las imágenes pertenecientes de cada unos de los integrantes de aquella obra teatral que era la vida pública de los Kiryūin. De un lado se encontraba Kiryūin Ragyō, sus dos hijas, los empleados más cercanos y sus principales influencias. Del otro lado estaba el profesor Matoi/Kiryūin Sōichirō, junto a su supuesta hija, la difunta Kinagase Kinue, sus más allegados y hasta sus socios comerciales.

Los ojos de Inumuta pasaban una y otra vez entre las fotografías y las declaraciones escritas tratando de desentrañar el drama oculto detrás de su imagen pública. Su cabeza formulaba miles de preguntas que necesitaban respuesta: ¿Cómo fue la relación del difunto Sōichirō y Ragyō? ¿Por qué el hombre tuvo necesidad de desaparecer? ¿Por qué necesitaba un cambio de identidad? ¿Por qué había sido asesinado? ¿Y por qué hasta ahora? ¿Qué tenía que ver el accidente de Kinagase Kinue? ¿Cómo se vinculaba con todo lo demás? Y las jóvenes adolecentes: ¿Cuánto sabían al respecto? ¿Qué quiso decir Kiryūin Satsuki? ¿Quién era Matoi Ryūko? ¿Dónde estaba la joven delincuente? ¿Qué le había sucedió? ¿Por qué la necesidad de la actas falsas? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? Y ¿Dónde?

Podía hacer miles de conjeturas, pero si había un par de puntos que le quedaban completamente claros eran que la muerte de Kinagase Kinue no fue un accidente, estaba relacionada con el asesinato del profesor Matoi, Satsuki definitivamente sabía algo al respecto, y sin la menor duda, Kiryūin Ragyō estaba involucrada en todo.

Esa terrible mujer de finos modales y poderosas influencias siempre había sido su talón de Aquiles. El sargento podía recordar con claridad la primera vez que escuchó de ella. En aquella época él era tan solo un oficial novato, con el deseo de sobre salir y con una hermosa prometida ansiosa por su futuro casamiento.

Él y su compañero fueron designados a realizar el arresto de una pareja que había ocasionado disturbios en un centro comercial bajo la influencia del alcohol y después trataron de huir en un automóvil, ocasionando un accidente vial al estrellarse contra un semáforo. La pareja estaba compuesta por un hombre mayor y una jovencita sumamente atractiva que puso resistencia al arresto, aclamando que era una importante modelo.

El oficial Inumuta de aquella época simplemente siguió la rutina, llevaron a los alborotadores a la jefatura, lo dejaron encerrados por la noche, llenó el reporte correspondiente y esperó a que la justicia hiciera el resto. Fue una sorpresa para él al descubrir la mañana siguiente que tanto el hombre como la susodicha modelo, ya no se encontraban en sus celdas y todo registro del caso había desaparecido misteriosamente. En un principio pensó que debía de haber un error, pero cuando confrontó a su capitán con los hechos, éste lo mandó a callar simplemente diciendo:

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora