Pasaba de la media noche y todo el escuálido vecindario de los Mankanshoku se encontraba en increíble calma y paz. Todos los habitantes de los alrededores estaban sumidos en el más profundo sueño, con excepción de los mismo Mankanshoku. El ajetreo resultante de la intempestiva llegada Ryūko, Mako y Kaneo, y en las pésimas condiciones en que lo hicieron, alarmaron a todos los miembros de la familia.
Las habilidades de Mankanshoku Barazō se pusieron a prueba cuando quedo en sus manos la atención médica de los amigos de su hija. Pero quien daba la mayor pelea de todos, era la joven del mechón rojo.
Ryūko era atendida por ambos padre de su amiga en la única recamara de la pobretona casa. La chica se encontraba tendida boca baja en un remendado futón, abrazando fuertemente una almohada contra su rostro y pecho. Sus mejillas están rojas y encendidas tanto por el dolor físico como por la pena de tener el torso al descubierto, pero era la única forma en que podían tratar la gran herida que decoraba su espalda.
– ¡Santo cielos, Ryūko! –le dijo Sukuyo mientras le alcanzaba a su marido unas gasas impregnadas con peróxido –. Es un corte muy feo el que tienes ahí.
–Tienes suerte que la hoja de la espada solo te rozó –comentó Barazó comenzando a limpiar la herida con el material de curación que le alcanzó su mujer. Ryūko soltó un alarido de dolor cuando el peróxido tocó su piel –, el daño hubiera sido mucho peor; tendrás suerte si no te queda cicatriz.
Ryūko mordió con fuerza la almohada mientras el doloroso tratamiento continuó. En su cabeza solo había una idea dominando todo su pensamiento: vengarse de Kiryūin Satsuki. A la chica le hervía la sangre de solo recordar su rostro, su voz y su petulancia. Ante la ira que la consumía, Ryūko apretaba con fuerza la tela de la almohada entre sus dedos, hasta tornar sus nudillos blancos. Nunca en su vida había conocido a alguien que la sacara de sus casillas hasta ese punto, pero tampoco, nadie la había humillado tan terriblemente.
En su historial de pleitos, Ryūko no siempre había resultado victoriosa, especialmente de niña, cuando muy a menudo solía recibir la paliza en lugar de darla; pero con el tiempo y la experiencia, dejo de perder y comenzó a ganar más pleitos, inclusive con chicos muchos más grandes que ella o que la superaban en número. Al pasar los años, se vanaglorió de las fuerzas que le proporcionaba sus propias habilidades, tal vez una de las razones por las cuales, su derrota ante Kiryūin había sido tan humillante.
–Trataste de morder un hueso que era demasiado grande para ti –siguió comentado Barazó pasándole unos paños húmedos manchados de sangre a su esposa, quien cuidadosamente los lavaba en cuenco en el suelo.
– ¡Eso es mierda! –soltó Ryūko furiosa volviendo levemente su rostro –. ¡Nunca voy a aceptar que una estirada idiota y creída como Kiryūin Satsuki me venció! ¡Esto no se va a quedar así! ¡Le haré pagar por todo lo que ha hecho!
–Ryūko, no seas tan melodramática –la regañó Sukuyo un poco sería, algo extraño en ella. La mujer dejo caer un par de paños húmedos y fríos sobre la espalda de Ryūko, provocando otra oleada de dolor y gritos por parte de la joven.
La chica de cabellera oscura no pudo evitar volver a enterrar sus colmillos contra la almohada y patalear de dolor, mientras una leves lagrimitas se acumularon en las comisuras de los ojos.
–Sí, deberías ser buena niña y dejar eso atrás ¿eh? –agregó Barazō entre risas propinándole una palmada juguetona a Ryūko en su trasero.
Una brisa helada inundó la habitación.
Ryūko, con los ojos casi en blanco, se olvido de dolor que sentía y volvió su cabeza lentamente hacia el padre de familia.
– ¿Qué... acaba de... hacer? ¡VIEJO PERVERTIDO!

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Remembranzas vivas
FanfictionEn un universo alterno en que no existen las fibras vivas, Ryuko y Satsuki fueron separadas de niñas. Con el cumpleaños dieciocho de Satsiki se revela el mayor secreto que su madre le ha ocultado por años y descubre que la persona que más la detesta...