Palos y astillas

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Kinue llegó a la mansión Matoi sin contratiempos. No se molestó en llamar a la puerta, porque el profesor Matoi podía pasar días trabajando en su laboratorio del sótano sin percatarse que hubiera alguien merodeando en la casa. Por ello, Kinue contaba con una copia de las llaves del hogar.

Kinue tenía más de una semana de no visitar esa casa y por la condiciones dentro de la mansión, intuyó que el profesor Matoi tenía el mismo tiempo sin abandonar el laboratorio: todos los muebles estaban recubiertos por una gruesa capa de polvo, los libros estaban fuera de su lugar, había montañas de periódicos y la cocina estaba plagada con alimañas que comían las sobras de comida.

Kinue soltó un suspiró de resignación antes de bajar al sótano. Como siempre, la alarma de entrada sonó estrepitosamente cuando introdujo correctamente la clave de acceso de las puertas electrónicas que protegían el laboratorio. De otro lado de las puertas, Kinue localizó rápidamente al profesor Matoi frente a los monitores de la computadora central del laboratorio; su hermano, Kinagase Tsumugu, se encontraba sentado cómodamente en una silla reclinable a un lado del profesor, como siempre.

El hermano de Kinue desde muy joven había formado parte de cuerpos de entrenamiento para emergencias, colegios militares y escuelas de tiro. Debido a sus habilidades y complexión física, el profesor Matoi lo había contratado como su guardaespaldas personal. Pero "¿por qué el profesor necesitaba un guardaespaldas?" era algo que Kinue nunca pudo descifrar.

–Kinue, ya era hora que llegaras –dijo el profesor sin apartar la vista de las pantallas –; hay mucho trabajo que hacer y se acaba el tiempo. Nuestra benefactora está presionando por los resultados, espera nuestros avances para el fin de semana. Tal vez tangamos que estar en esto más que un par de días.

– ¿Cuándo fue la última vez que comió, profesor? –le preguntó ella entregándole un café a su hermano, que lo aceptó en silencio. Había llegado preparada con pastel y bebidas.

– ¿Qué? Tonterías. No hay tiempo para eso.

–Traje tarta de frutas –le dijo Kinue posando su mano delicadamente en el hombro del profesor –, su favorito –agregó entregándole un café.

–Creo que podemos tomarnos un leve receso –aceptó el profesor tomando la bebida caliente que ella le ofrecía. El hombre se alejó de los monitores contorsionando la espalda, debido a la persistente posición que había adoptado –. Arggg –exclamó en dolor cuando un crujido desde su espina indicó que había dado en el punto exacto. Ya una vez derecho, fue directo al pastel que Kinue había dejado en la mesa.

–Estamos por conseguirlo –continuó él mientras cortaba una rebanada –, solo hay que descubrir la manera en que la fibra no se deforme ante el calor. Pero estado probando todo material sintético que podría remplazar el lino en cuanto frescura, peso y resistencia, pero ninguno cubre todos los requisitos.

–Profesor ¿Qué sucedió arriba? –le preguntó Kinue cambiando la conversación–. Parece como si un huracán hubiera azotado en la sala. ¿Qué paso con la mucama que le contrate?

–La despidió –contestó Tsumugu.

– ¿Por qué?

–Estaba husmeando –contestó el profesor dándole una gran mordida a su rebanada de pastel manchando su la larga barba.

– ¿Husmeando? –repitió Kinue sin dar crédito a sus palabras. Se volvió hacia su hermano que solo encogió lo hombros. Ella soltó otro suspiro. El profesor Matoi era un genio excéntrico, pero desde hacía tiempo que notaba que el hombre se volvía más paranoico. No salía de la casa ni si quiera para ir a la universidad, había colocado cámaras de seguridad por todo el laboratorio y no dejaba que Tsumugu se apartara de su lado. Desde que lo conocía, siempre había sido un hombre precavido, pero su más reciente comportamiento rallaba en la locura.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora