–Matoi... ¡Matoi!
Un fuerte golpe contra su pupitre despertó inmediatamente a Ryūko. La chica soltó un leve chillido de sorpresa mientras un hilito de baba se escurría por la comisura de su boca.
–Matoi Ryūko las horas de clases no son para dormir –le dijo el hombre frente a ella con la inconfundible voz Mikisugi Aikurō. Pero no era el mismo profesor que ella conocía, o al menos en su aspecto. Estaba desaliñado, con la cabellera azulada desordenada y la barba de la tarde levemente crecida en su mentón, y unas enormes gafas cubrían sus ojos; completamente diferente al semblante pulcro y seductor que solía usar.
–¿Eh? –soltó la joven del mechón rojo sin comprender que acaba de suceder.
Mikisugi soltó un suspiro al rascarse la nuca.
–Esta juventud de ahora... –musitó el hombre resignado, caminando de nuevo al frente de la clase con un andar completamente desinteresado.
Ryūko no pudo quitarle la vista de encima, preguntándose qué rayos le había sucedido a Mikisugi y más importante aún, que había sucedido con ella. Unas risitas y susurros distrajeron su atención, de sus pasamientos somnolientos a la realidad. Lo demás alumnos a su alrededor murmuraban entre sí al mismo tiempo que la señalaban.
–¿Qué rayos...? –balbuceó Ryūko posando la vista en los chicos de los pupitres contiguos, para luego recorrerla por la habitación en que se encontraba. Era una especie de aula de clase completamente deprimente, con un aspecto de mazmorra descuidada y muy diferente a las que conocía en Naniwa Kinman.
¿Dónde diablos estaba? ¿Cómo había llegado ahí?
–¿Qué pasa Ryūko-chan? ¿Tuviste un mal sueño? –escuchó la amistosa voz de Mankanshoku Mako llamándola desde su derecha.
–¿Mako? –musitó Ryūko volviendo su cabeza hacia su amiga –. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos? ¿Y por qué traes eso puesto? –agregó indicando el uniforme celeste que vestía la chica. Esos no eran los colores de Naniwa Kinman.
–¿Qué dices tontita? –soltó Mako con una gran sonrisa –. Estamos en la escuela ¿Dónde más podríamos estar? Y normal vestir el uniforme cuando se está en clases, no se puede estar desnuda todo el tiempo.
–¿Eh?
–Creo que hablar mucho con tu uniforme te ha afectado la cabeza. Realmente eres una muy chica solitaria, Ryūko-chan.
–¿Hablar... con mi uniforme? –masculló Ryūko confundida volviendo su ojos hacia su cuerpo. Dio un leve brinco en su asiento al darse cuenta que vestía un uniforme de marinera de color negro y carmesí, que dejaba al descubierto su torso y casi todas sus piernas –. ¡Maldita sea! –bramó de sorpresa jalando los extremos de la blusa y falda para tratar de cubrir el exceso de piel expuesta.
–¡Ryūko! –la llamó de repente una voz masculina y misteriosa –. ¡Deja eso! ¡Me lastimas!
–¿Quién diablo dijo eso? –soltó la chica volviéndose hacia un lado y el otro, sin poder descubrir el origen de la voz. Pero antes de que pudiera descifrarlo, el aula de clase comenzó a retumbar.
La miradas de todo los alumnos se dirigieron hacia la puerta de acero, similares a escotillas subacuáticas; esta se sacudió ante los fuertes impactos de algo que se encontraba al otro lado. Mikisugi interrumpió su discurso sobre la segunda guerra mundial para dar una ojeada al metal que finalmente cedía ante la fuerza ejercida contra ella. La compuerta de acero salió volando, impactándose contra los alumnos sentados en las primeras filas de la clase.
–E-estamos... en clase –balbuceó Mikisugi a la gigantesca figura que atravesó el umbral de la puerta.
Como si fuera una especie de muñeco inflable, Gamagōri Ira entró en la habitación, que parecía ser mucho muy pequeña para él.
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Remembranzas vivas
FanfictionEn un universo alterno en que no existen las fibras vivas, Ryuko y Satsuki fueron separadas de niñas. Con el cumpleaños dieciocho de Satsiki se revela el mayor secreto que su madre le ha ocultado por años y descubre que la persona que más la detesta...