Mía, mía, mía

85 7 3
                                    

–¿Acaso te conozco?

–Nop –contestó Harime Nui con una gran sonrisa mientras cruzaba sus brazos a su espalda –. Pero yo te conozco, Matoi Ryūko.

–¿En serio? –preguntó la joven de mechón rojo al mismo tiempo que intentaba mantener la distancia de la desconocida rubia –. ¿De dónde?

–Eso no importa –sentenció Nui continuando su avance hacia Ryūko. Con cada paso que daba la morena para alejarse, la chica rubia se acercaba –. Y ahora estas aquí... ¡Kawai! ¡Eres mucho más linda en persona! –agregó extendiendo sus manos para tratar de tomar el cabello de Ryūko, pero esta la apartó inmediatamente de un manotazo.

–¡Oi! ¡No toques! –bramó la joven morena dando un salto hacia atrás.

–Eres mucho más adorable de lo que me imaginé –dijo Nui sujetando sus mejillas y parpadeando de más, su expresión dulce semejaba a la de una muñeca antigua de porcelana –. En verdad que eres tímida, me gusta eso.

–¿Qué dijiste? –soltó Ryūko algo crispada y al mismo tiempo sonrojándose. En el fondo, ocultó detrás de su aspecto rudo, la joven comenzaba a asustarse. No tenía ni idea de donde había salido esa jovencita y mucho menos como la conocía a ella, pero la forma en que la miraba le resultaba completamente perturbadora. Ryūko podía sentirse desnuda ante la penetrarte mirada de la desconocida, que parecía devorarla.

–¡A mira! ¡Qué kawai! –gritó Nui de repente señalando al conejo negro con carmesí que Ryūko llevaba en brazos.

Senketsu estaba inquietó desde la primera aproximación de la jovencita, pero cuando esta extendió sus manos para acariciar sus orejas, la pequeña criaturita entró en pánico.

–Qué curioso pelaje. Se harían unos hermosos guantes con él.

El conejo perdió el control. Chillando y pataleando en los brazos de su dueña, Senketsu se liberó de su agarré, resultando Ryūko con terriblemente arañada en sus antebrazos. Senketsu brincó sobre la cabeza de su dueña y se alejó adentrándose entre los arbustos crecidos del jardín del complejo de departamentos.

–¡Senketsu! –lo llamó Ryūko, volviéndose sobre sí misma, pero solo logró captar la colita esponjada rojiza de su mascota perderse entre las hojas verdes.

–Upsi, creo que lo asuste –dijo Nui con alegría sacando su lengua en broma.

–¡Mira lo que has hecho! –le reclamó Ryūko furiosa, perdiendo completamente el control, sacó de su estuche de acero una de sus katanas rojas, antes de arrojar la pesada caja de metal contra el suelo. No solía perder el control tan fácilmente, pero nunca se había topado con una persona como esa muchachita desconocida. Con su arma aún enfundada, Ryūko señaló a la chica rubia con ella –. ¡Te exijo inmediatamente que me digas quien eres, y que carajos quieres conmigo!

Nui soltó una risita burlona y melodiosa.

–No es propio de las jovencitas usar ese vocabulario.... pero me encanta cuando lo haces.

–¡Ya me harte de ti!

Ryūko empuñó su espada y arremetió contra Nui. La jovencita de caireles dorados no se inmutó ante el ataque y ni siquiera se movió de su puesto hasta el momento justo para evadirla. La chica del mechón rojo reaccionó rápidamente ante las acciones de Nui y redirigió su arma con un movimiento de la muñeca; le habría propinado un buen golpe a la jovencita en la cintura, si esta no hubiera usado su sombrilla para desviar la katana hacia la banca de acero del jardín. Tanto la espada roja de Ryūko como el paraguas rosado de Nui se entrelazaron en los tubos de metal del asiento, impidiendo que ninguno de los dos se pudiera liberar.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora