La tarde había caído sobre Naniwa Kinman cuando Matoi Ryūko finalmente salió de los vestidores del gimnasio. Había sido la experiencia más extraña de su vida, y eso que había bastantes locuras en su corta existencia (como atar con cadenas todas las bicicletas de una pandilla rival por venganza o golpear en la cara a un oficial de la ley); pero nada se comparaba con ser acosada sexualmente por la hermana menor de su archienemiga, para luego ser recatada por ésta.
Por un lado, Ryūko maldecía su suerte por siempre atraer a la gente más demente, pero también se preguntaba que había llevado a Kiryūin Satsuki a ayudarla. ¿Era una especie de treta? ¿Un plan con maña para que confiara en ella? ¿Quería qué quedara en deuda o simplemente que bajara la guardia?
Ryūko no lo pensó mucho, no era una persona que se devanara los sesos, ya que estaba acostumbrada a actuar por impulso; al final llegó a la conclusión que las acciones de Kiryūin se basaba principalmente en mantener a su imooto alejada de la problemática Matoi Ryūko. Normalmente, estaría en contra que una persona impusiera su forma de pensar sobre la de otra, pero en el caso de la sicótica rubia prefería hacer una excepción. Que Kiryūin mantuviera a su desquiciada hermana lejos de ella resultaba mucho mejor para Ryūko.
La chica del mechón rojo no estaba interesada en el romance en ese momento de su vida y mucho menos con gente pervertida y enferma como Harime Nui.
Y ella pensaba que nadie podía ser peor que Mikisugi Aikurō.
Una vez fuera del gimnasio, Ryūko se encontró con Mako y sus padres esperándola alegremente. La sola imagen de la familia feliz cambio completamente el humor de la joven e hizo que se olvidara del desagradable encuentro en los vestidores.
–¿Lista para irnos a casa Ryūko-chan? – le preguntó Mako tan pronto la vio salir por la puerta con su fiel conejo negro carmesí en brazos.
Ryūko asintió con la cabeza.
–¡Perfecto! –dijo la señora Mankanshoku juntando sus palmas –. Porque prepararé una deliciosa dotación de croquetas sorpresas por la victoria de Ryūko.
Ambas chicas se les iluminaron los rostros con tal noticia. La alegría se apoderó del momento dejando atrás cualquier sensación de desasosiego; incluso Senketsu que viajaba en los brazos de su dueña, se relajó con el cálido ambiente dejando así de temblar, después del horror de encontrarse de nuevo con Harime Nui.
Era un buen plan para Ryūko, no había mejor recompensa para un arduo y pesado día que una tranquila y calmada cena familiar con Mankanshoku. Los momentos familiares eran algo común en la familia de Mako, que para la mayoría de la gente no resaltaban algo extraordinario, pero para la chica del mechón rojo, quien no tenía tal privilegio por culpa de su padre, atesoraba esas reuniones más que nada en el mundo.
Entonces... ¿Cómo terminó Ryūko aquella misma noche, en un salón karaoke cantando canciones americanas con Mako y Kaneo, en lugar de la pacífica y cena con los Mankanshokus?
Sencillo. Después de un día de completa ausencia, Takarada Kaneo finalmente hizo su aparición en las puertas de Naniwa Kinman en un estrambótico LowRider clásico color limón, con asientos de terciopelo naranja y modificado para no tener techo. Esa aberración para la vista se detuvo a la familia Mankanshoku y a Ryūko justo antes de que estos abordaran el pequeño vehiculó turquesa de Barazō.
–¡Saludos simples mortales! –los saludo Kaneo poniéndose de pie en el asiento del conductor y haciendo sonar el claxon, en lo que parecía el tema musical de una serie de televisión de los ochenta. Como era de costumbre, el joven pelirrojo vestía una exagerada cantidad de joyas, un traje estilo charlestón purpura y un sombrero de ala grande decorado con plumas.
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Remembranzas vivas
FanfictionEn un universo alterno en que no existen las fibras vivas, Ryuko y Satsuki fueron separadas de niñas. Con el cumpleaños dieciocho de Satsiki se revela el mayor secreto que su madre le ha ocultado por años y descubre que la persona que más la detesta...