Junketsu

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Kiryūin Satsuki rebosaba de felicidad, finalmente se había cumplido su sueño de poder estar en el hermoso jardín de la mansión en compañía de su pequeña hermana, Kiryūin Ryūko. Ambas niñas jugaban con entusiasmo corriendo entre los setos y lanzándose montones de hojas otoñales en una batalla infantil colmada de risas. Era perfecto, no había problemas, ni discusiones, Ryūko no sufría de ningún problema de salud y nadie se interponía a su diversión o al menos eso pensaba Satsuki...

La mayor de las hermanas, arrojó una última descarga de hojas secas sobre uno de los setos que casi la alcanzaban en altura, directo a la cara de Ryūko; pero su bomba nunca llegó a alcanzar a su imooto ya que una mano blanquecina como la muerte, sujetó firmemente el brazo de Ryūko y la jaló en su dirección. Satsuki contempló con horror como la madre de ambas, vestida extravagantemente de blanco, arrastraba a Ryūko al interior de la mansión.

La hermana menor le chillaba a Satsuki que la ayudara, mientras que Kiryūin Ragyō repetía una y otra vez una especie de mantra:

–No deberías estar afuera... no deberías estar afuera... no deberías estar afuera... no deberías estar afuera...

Casi en pánico, Satsuki corrió detrás ellas a toda la velocidad que le permitían su pequeñas piernas. Pero cuando estaba por alcanzarlas unos brazos negros la sujetaron del torso, impidiendo que se moviera. La pequeña aterrada, vio por encima de su hombro el rostro de Harime Nui totalmente desarrollado como mujer adulta, y sintió como los brazos de ella la aprisionaban con fuerza contra su pecho como tentáculos amorfos.

– ¿A dónde piensas que vas? ¿Acaso no soy más importante? –le preguntó Nui al oído.

Satsuki chilló incapaz de soltarse del frio abrazo de su hermana, mientras ella se reía de sus lágrimas sonoramente. De repente y por una razón que Satsuki no pudo contemplar de inmediato, Nui la soltó al arrojarse a un lado, provocando que ambas cayeran al suelo. Cuando la pequeña Satsuki se puso de pie pudo ver a Sanageyama Uzu amenazando a Nui con shinai.

–Oi, Satsuki –le dijo el joven sacudiendo su larga capa –. Y pensaba que yo era el que se encontraba perdido.

Acto seguido comenzó una batalla física contra Nui, cuyos brazos se convirtieron espadas negras.

Sin interesarse que resultaría de aquel enfrentamiento, Satsuki se puso de pie y corrió en dirección de la mansión. Su mayor preocupación era el bienestar de Ryūko. Abrió la puerta de un empujón y entró en el gigantesco salón que se observaba mucho más grande por su pequeña estutara. Satsuki alcanzó ver a la lejanía a Ragyō llevando a Ryūko en brazos en dirección de las escaleras.

Con todo su esfuerzo, corrió sobre la alfombra persa del salón, esquivando muebles y decoraciones con la imagen de su madre, que a como corría entre ellas la apariencia de estas se distorsionaban a un monstruo de largos colmillos. Satsuki siguió avanzando, eludió a criados que intentaron detenerla, sus instructores privados y entrenadores. Pasó a un lado de Soroi y un pequeño Iori que le dieron palabras de aliento, antes de que finalmente pudiera alcanzar la escalera.

Satsuki puso su mano en el pasamano y vio en la cima a su madre dando vuelta hacia el corredor de la derecha, mientras que Ryūko colgaba sobre su hombro y pedía su ayuda a gritos. Comenzó a subir los escalones, pero no importaba cuanto pasaba, nunca lograba alcanzar el segundo piso. Varios escalones más arriba se topó con Jakazure Nonon y Inumuta Hōka sentados uno junto al otro mirando algo en la pantalla de la computadora del niño de cabellera azul.

–Satsuki-sama no estás viendo toda la información a tu alrededor –le dijo Hōka al pasar a un lado de ellos, sin apartar su vista de la pantalla.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora