La noche no tardó en caer y llenar el cielo de estrellas. Kinagase Tsumugu ya había tenido suficiente con el gran abismo de la bóveda celeste sobre su cabeza, que aceptó la propuesta de Aikurō de regresar a departamento para cenar. El hombre estaba consciente que ni siquiera el hambre le impediría el seguir pensado en las personas que se habían marchado, y estaba harto de ello.
Desganado, inició el largo camino descenso hasta su piso. Cuando llegó a la puerta de su departamento, por un segundo en que su mano reposó sobre el picaporte, su mirada brincó al departamento contiguo en que solía vivir su hermana. Le nació el vago deseo de atravesar aquella puerta, pero rápidamente lo suprimió entrado a su propio hogar.
La sorpresa que le esperaba adentro.
En la pequeña cocina se encontraba Mikisugi Aikurō preparando un poco de arroz, luciendo el ridículo delantal rosado que le había regalado Kinue hacia un par de años. No había nada de extraordinario en ello, Aikurō siempre lo utilizaba a la hora de cocinar.
Lo que resultaba completamente inesperado, era la presencia de Matoi Ryūko reposando en uno de los sillones de su sala. La joven del mechón rojo no demostró la menor señal de percatarse de su arribo al departamento, su mirada estaba enfocada en sus pies y sus brazos rodeaban completamente su cintura. Su pequeño conejo negro y carmesí comía unas cuantas hojas de lechuga en el suelo a un lado de ésta.
–¿Qué hace ella aquí? –fue lo primero que salió de los labios de Tsumugu, indicando a la jovencita en el sillón que seguía con la mirada perdida en el vacío.
–La encontré en... en el departamento contiguo –contestó Aikurō desde la cocina, sin atreverse a mencionar el nombre de Kinue–. Parece que llevaba días ahí.
Normalmente, Ryūko ya habría mencionado algo sobre el hecho que ambos hombres hablaran de ella como si no estuviera presente. Pero la muchacha continuaba ausente, en su mundo de recuerdos y dolor que la había estado atormentado desde la muerte de Kinue, y había adquirido más fuerza con la partida de su padre.
Sin preguntar más, Tsumugu se sentó en el sillón frente a la muchacha, mientras sacaba otro cigarrillo de la cajetilla. Aikurō lo siguió con la mirada por unos minutos antes de continuar con la preparación de la cena. Tenía el terrible presentimiento que la situación podría complicarse en cualquier momento.
Y no estaba equivocado.
–Resulta más fácil huir ¿verdad? –soltó Tsumugu apartando entre sus labios el cigarrillo encendido y en sus palabras se escaparon un par de bocanadas de humo.
Aikurō le lanzó una mirada vacilante, pero podía intuir que no era a él a quien le hablaba.
–Tsumugu –lo llamó el hombre de cabellera azul como una leve suplica, pero el del peinado mohicano la ignoró rotundamente.
Ryūko siguió sin reaccionar.
–En lugar de enfrentar el problema es más sencillo salir corriendo –insistió Tsumugu con sus ojos clavados en la chica delante de él –. Alejarse de todo.
No hubo respuesta. Por unos cortos segundos, el único sonido que existió en ese departamento fueron los provenientes de los dientecillos del Senketsu al masticar sus hojas de lechuga, y la olla eléctrica que anunciaba el arroz cocido.
–Pero dejaste atrás a aquellos a los que les importas, sin saber nada de ti. Sin saber... como ayudarte.
Ryūko no contestó, pero dio leves señales de estar escuchando, al ocultar su rostro con su larga cabellera. Los días que había permanecido perdida le habían otorgado un par de centímetros a su cabello; ya sobrepasaba fácilmente su hombro.
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Remembranzas vivas
FanfictionEn un universo alterno en que no existen las fibras vivas, Ryuko y Satsuki fueron separadas de niñas. Con el cumpleaños dieciocho de Satsiki se revela el mayor secreto que su madre le ha ocultado por años y descubre que la persona que más la detesta...