Reina del Nilo

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–¡Merѐ! –la saludó Nui con entusiasmo corriendo desde la puerta hasta la reja que la separaba de su madre.

La pequeña jovencita rubia sintió un vuelco en el corazón al ver a su progenitora en tal estado tan humillante, atrapada detrás de las barras y sin poder lucir tan esplendorosa como siempre. Incluso, no se escapó de su vista, como las pocas semanas en la cárcel había afectado la belleza de su rostro.

–Mi pequeña muñequita –dijo la mujer con melodiosa voz pasando sus manos por el rostro de su hija. La jovencita del vestido rosa se apretó contra los barrotes aferrándose como si la vida de sus madre dependiera de ello –, me alegra tanto volver a verte.

–Tan pronto tu abogado me entregó tu nota, hice los posible para venir a verte –explicó Nui regalándole una enorme sonrisa a Ragyō.

–¿No tuviste problemas para entrar?

–Me enseñaste bien okaasan, con unos cuantos billetes entre sin problemas.

–Esa es mi niña –soltó Ragyō con orgullo acariciando suavemente los hermosos rizos rubios de Nui y liberando así su perfumado aroma. El simple perfume de los baños de su amada mansión la llenó de nostalgia después de usar las regaderas en prisión –. Estoy tan orgullosa de ti, nunca me has decepcionado y por eso, no puedo confiarle a nadie más lo que voy a pedirte.

–¿Que pasa okaasan? –le preguntó Nui perdiendo la leve sonrisa que las palabras de su madre pudieron ocasionarle –. ¿Cuáles son las noticias? ¿Pronto van a liberarte? –agregó esperanzada con el profundo deseo de recuperar a su progenitora, ya que la vida sin ella no era lo mismo –. Porque te extraño mucho.

–¿Acaso Satsuki te ha tratado mal? –se apresuró a preguntar Ragyō percibiendo la preocupación en la voz de Nui.

–No –dijo ésta con sinceridad –, pero tampoco me pone atención –continuó haciendo un puchero –, casi actúa como si no existiera.

Satsuki se había ido, Ryūko también y su madre no podía regresar; para Nui la vida en la mansión Kiryūin era una constante soledad.

–Que malvada –soltó Ragyō acariciando nuevamente la mejilla de su hija para apartarle algunas lágrimas escurridizas que surcaban silenciosamente su piel –. Me preocupa mucho dejarte en manos de tu despiadada hermana.

–¡¿Qué dices?! –dijo Nui alarmada –. ¡¿Acaso no vas a volver a casa?! ¡Tú eres inocente!

–Me temo que no mí muñequita.

–¡Pe- pero... no... no puedes quedarte en la cárcel! –balbuceó la rubia ante el horror que significaba para ella las palabras de su madre, la mujer más poderosa y hermosa ante sus ojos –. ¡Este horrible lugar no te hace bien a ti y tu hermosa piel!

–Lo sé. Y es por eso que necesitaba que vinieras, ya que te requiero para ser libre.

–¿Quieres que te ayude a escapar?

–No de esa manera –admitió Ragyō clavando sus ojos desprovistos de su usual brillo en los de su hija. Su intensa mirada fue tan potente que Nui sintió su alma desnuda ante su madre –. Necesito que me ayudes a... ser libre.

–¿Cómo?

–Recuerdas la historia de la reina Cleopatra –explicó la mujer –, la que te encantaba oír antes de dormir. Necesito que tú seas mi serpiente.

Le tomó unos segundos a Nui recordar la historia de cómo la reina de Egipto había sido capturada al final por sus enemigos y planeó su propia muerte con ayuda de una serpiente, el guardián de los reyes, quien la salvaría de la vergüenza y la derrota. Nui adoraba tal relató, por su majestuosidad y su final trágico. Siempre la gobernante egipcia había tenido el rostro de su madre en su imaginación debido a las grandes similitudes entre ambas; quien diría que realmente Ragyō terminaría como ella.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora