El despacho de Sōichirō

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– ¡Soroi-san! ¡Soroi-san! –exclamó completamente perturbada una criada al entrar corriendo a la cocina.

El mayordomo al que se dirigía estaba tranquilamente sentado en una silla leyendo el periódico de esa mañana, mientras el resto del staff de la cocina interrumpió sus actividades ante la repentina aparición de la joven empleada. El hombre mayor apartó sus ojos de las noticias impresas en el papel sin perder la calma.

– ¿Qué sucede, Mitoshi-kun? –le preguntó Soroi doblando con una increíble paciencia el periódico y colocándolo sobre la mesa –. ¿Acaso Nui-sama volvió a colocarte un ciempiés en el delantal?

– ¡No! ¡No, Soroi-san! –dijo la criada aún agitada –. No tiene nada que ver con Nui-sama. ¡Es Satsuki-sama! ¡Acaba de llegar, la trajo su sobrino y se ve más pálida de lo normal! Creo que está enferma.

El mayordomo rápidamente imitó la actitud de alarma de la joven empleada y se levantó de su asiento de un solo brinco.

– ¡Cielo santo! –soltó Soroi exaltado –. Gracias por notificarme Mitoshi-kun, iré de inmediato a ver qué ha sucedido –agregó colocando sus manos en los hombros de la criada, para luego salir disparado por la puerta de la cocina a una velocidad que era sorprendente para su edad.

Soroi corrió con gran rapidez y agilidad por los pasillos de la mansión Kiryūin, esquivando a otros empleados, muebles y esculturas que representaban la imagen de la señora de la casa. Tenía buenas razones para preocuparse: Satsuki no era el tipo de chica que se debilitara de esa manera, así que algo debía de andar muy mal. Sin agotarse, Soroi subió a toda velocidad la eterna escalera hasta que finalmente llegó a la habitación de su ama.

– ¡Satsuki-sama! –exclamó algo agitado al abrir la puerta –. ¡¿Se encuentra usted bien?!

En la enorme, y algo oscura habitación, Kiryūin Satsuki estaba sentada en la orilla de su cama aún vistiendo su uniforme escolar. A su lado estaba Iori Shirō, ayudándola a quitarse las zapatillas.

–Me encuentro bien, Soroi –contestó la joven con una débil sonrisa y mucha gratitud –. Les agradezco a ambos por preocuparse por mí, pero no es necesario todo esto.

–Claro que sí –insistió Shirō enderezándose, mientras el mayordomo se aproximó a la cama –. Solo si te miraras al espejo te percatarías del aspecto que tienes.

–Así es, sama –lo apoyó Soroi con una cara de preocupación –. Usted se ve muy pálida, no vaya a enfermarse.

Satsuki miró a ambos hombre con un poco de sorpresa, antes de que sus labios formaran una cálida y reconfortante sonrisa. Estaba agradecida de tener al mayordomo y su sobrino en su vida; tal vez era las dos personas que más se preocupaban por ella, tanto como una vez lo fue su padre y Ryūko.

–Arigatou –dijo Satsuki accediendo a sus peticiones –. Seguiré su consejo y tomaré el día para descansar –confirmó ella tranquilizando al mayordomo y a su sobrino.

–Perfecto, sama –agradeció Sorio imitando la sonrisa de la chica –. Iré a traerle una taza de su té favorito para antes de dormir.

–Te dejaremos sola para que puedas cambiarte a algo más cómodo –agregó Shirō siguiendo los pasos de su tío a la puerta.

–Arigatou –repitió Satsuki antes de que los hombres cerraran la puerta detrás de ellos.

–Estoy preocupado por ella –comentó Shirō a su tío una vez que ambos estaban en el solitario pasillo.

–No aquí, Shirō –le advirtió el hombre mayor tomándolo del hombro –. Las paredes escuchan – agregó con un tono misterioso mirando a ambos lados del pasillo, como si de repente alguien fuera a aparecer por arte magia.

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