Mala semilla

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Harime Nui despertó esa mañana de sábado con gran alegría y entusiasmo. Se sacudió de encima la pereza como las esponjosas colchas de su cama de dosel. Estaba decidida a disfrutar ese día y llevarlo de acuerdo a su maquiavélico plan. Calzó sus peludas pantuflas de conejos antes de cruzar su enorme habitación decorada con flores y animales de peluche, hasta alcanzar el comunicador junto a las puertas dobles que servían de entrada a su cuarto.

–Ya he despertado –dijo alegremente y casi cantando por el aparato –, y no hay nadie para atenderme.

En menos de un minuto, tres criadas apuradas entraron en la habitación casi sin aliento y disculpándose por su tardanza. Nui las esperaba cubierta por su bata de baño rosada, sentada en el borde de la cama y meciendo sus piernas como una niña aburrida.

–Dejen sus tontas disculpas –se quejo ella extendiendo los brazos –. Ahora denme mi baño matutino y esta vez no olviden las burbujas.

Las criadas actuaron a la orden. Las pobres estaban acostumbradas ante los mandatos de su ama Nui que debían atendidos de inmediato, sino querían arrepentirse y perder su trabajo. En cuestión de minutos, la jovencita rubia ya se encontraba dentro de su tina baño cubierta hasta la cabeza de burbujas perfumadas. Nui sonría de oreja a oreja mientras las tres jóvenes a sus órdenes le lavaban sus largos risos dorados.

Una vez que salió del cuarto de baño, Nui torturó a sus empeladas al obligarlas a cambiarla de ropa varias veces consecutivas, hasta que finalmente encontró el atuendo adecuado para ese día: un bello vestido de velos rosados y blancos, medias blancas y unas zapatillas de tacón bajo. Pero la sesión matutina aún le faltaba un detalle por cual arreglar; las criadas pasaron casi cuarenta minutos peinando los risos de Nui hasta que terminaron tan sedosos como ella deseaba. Sus rutinarias coletas a los lados de las cabezas dieron por terminado la actividad matutina.

–Miren que horas son –se quejo de sus empleadas mirando sobre su hombros el reloj en la pared decorada con bailarinas de ballet –, ya es muy tarde y todo es por su culpa. Okaasan se enterara de su pereza.

–Lo sentimos, sama –mascullaron las sirvientas con una exagerada reverencia que ocultó su preocupados rostros –. No volverá a suceder.

–Eso lo veremos –dijo Nui sonriendo maliciosamente a las tres empleadas –. Ahora pidan para mí la limosina, que iré a visitar a okaasan.

–Sí, Nui-sama –respondieron las empleadas temblando con la idea de que Nui fuera solo a la oficina de su madre para quejarse de su desempeño. Cualquiera diría que era una medida extrema, pero aquellos (como los empleados de la mansión) que conocían a Nui, sabían a la perfección que la joven era perfectamente capaz de ello.

Suerte para las criadas, la intención de Nui para visitar a su madre en la oficina no tenía nada que ver con el servicio de la mansión. Tenía algo más, mal intencionado, en mente; Satsuki no volvería a humillarla como la había hecho el día anterior.

Durante todo el recorrido en la limosina hasta el edificio de REVOCs, Nui se deleitó con la idea de mostrarle a su oneechan que debía tratarla con el respeto que se merecía. Nui amaba profundamente a su hermana Satsuki, la admiraba e idolatraba, pero ante todo quería ser la persona más importante de su vida. Por desgracia para ella, Satsuki no la veía de la manera que ella deseaba y eso la enfurecía tanto, que siempre conspiraba en su contra con lo más difícil de enfrentar para Satsuki, la madre de ambas.

Nui entró al enorme rascacielos de la empresa de su madre, sin pedir permiso a nadie o detenerse en la recepción. Caminó directamente al elevador dando brinquitos, mientras los guardias la seguían con la mirada, sin atreverse a molestarla. Para Nui, era un preámbulo del futuro; un día ella sería la más importante diseñadora de la compañía y una de sus dueñas, y era su deseo que todos la trataran con el respeto que merecía.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora